miércoles, noviembre 08, 2006

Partidarios de Isabel


En el siglo XV, la villa de Cáceres, reconquistada centurias atrás por el rey leonés Alfonso IX, quien la dotó de fueros, se alineó como partidaria de Isabel de Trastámara, que luchaba por la sucesión en Castilla en una guerra civil contra su rival Juana la Beltraneja. A la muerte del rey, su hermano Enrique IV, Isabel se había proclamado reina sostenida por una parte de la nobleza y del clero y con el apoyo ciudadano. Aquél no tenía descendientes varones, pero sí una hija ilegítima, Juana, cuyo padre era según todos los indicios Beltrán de la Cueva, de ahí su apodo. Cuando Isabel desobedeció a su hermano y se casó en secreto con Fernando de Aragón, fue desheredada a favor de la ―ahora sí― reconocida Juana.
La guerra empezó en 1474 entre los partidarios de una y otra. Las ofensivas tuvieron dos frentes: el valle del Duero y Galicia, seguidores de Isabel, y Extremadura y Andalucía, partidarios de Juana. No obstante, en las Extremaduras una villa de realengo, pequeña y señorial, algo provinciana (ya entonces) y poblada con familias de rancios linajes, se erigió como incondicional de la causa de Isabel. Esto le sirvió muy mucho tras el fin de las disputas y el reconocimiento de Isabel I como reina soberana de Castilla. Su triunfo en dicho conflicto sucesorio supuso la definitiva unión dinástica de las coronas aragonesa y castellana. La propia Isabel no se olvidó de la amistad de la villa cacereña, y junto con su marido envió una carta de agradecimiento:
"…Omes buenos de la villa de Cáceres […] tenemos vos en mucho servicio la buena diligencia que pusisteis en alçar pendones por nos e nos enviar con ello en la fidelitat e obediencia que nos deuiades e a nos reconocer por Rey e Reyna destos nuestros Reynos…"
Cédula del 20 de marzo de 1475.
Primero ella y luego él, los Reyes juraron los viejos fueros donde se hacía desde tiempos inmemoriales: la Puerta Nueva, lugar principal para entrar en el recinto de la villa, en el lugar que hoy ocupa el Arco de la Estrella. Cada vez que venían a Cáceres, los reyes se alojaban en el palacio de los Golfines de Abajo, propiedad entonces de Sancho de Paredes-Golfín, amigo y camarero de la Reina. El apellido de esta familia, soberbia como pocas, hacía honor a su condición de desfachatados, pues los muy “golfos” (de ahí su sobrenombre) tenían por costumbre apropiarse de cabezas de ganado de sus vecinos. Este palacio es hoy el más bello de la ciudad, y de él destacaremos sus dos inscripciones, una de ella hecha de manera arrogante y jactanciosa: «ÉSTA ES LA CASA DE LOS GOLFINES», como diciendo “aquí estamos nosotros”; y la otra, enigmática y misteriosa, enclavada bajo una hermosa ventana geminada, dentro de un alfiz trilobulado, y donde podemos ver el propio escudo de los Reyes Católicos: «FER DE FER», de oscura significación. Otra rama de esta familia tenía un palacio en el núcleo alto, el de los Golfines de Arriba, que acogió con posterioridad a otro gobernante, el general Franco, que aquí mismo fue proclamado Jefe del Estado y “Caudillo de los españoles” en 1939.Así podemos decir que se inicia una etapa de gran esplendor en la ciudad.
El Renacimiento floreció (tarde, como en el resto de los reinos peninsulares) y las viejas casas fuertes fueron sustituyendo las almenas, saetas y matacanes por señoriales balcones, escudos y portadas. Surge en este tiempo la bella tipología de los patios cacereños. Sí, por que el patio cacereño es único. Toda la austeridad y soberbia de las fachadas se transforma en refinamiento y elegancia en el patio, inestimable fuente de luz. Siempre porticado, con columnas toscanas y jónicas, y arcos de medio punto o carpaneles con dos o tres pisos. La escalinata en uno de sus ángulos baja hasta el mismo patio, adonde hay un pozo, bancos de madera y plantas. No faltan exhibiciones heráldicas por doquier.
La colina en que se asienta y se amuralla la ciudad tiene dos alturas diferenciadas: una zona más alta, donde hoy está la iglesia de S. Mateo, y una zona más baja, junto al templo de Sta. María. La procedencia diversa de las distintas familias, que llegaron tras la concesión del fuero, leoneses y gallegos por un lado, y asturianos y castellanos por otro, propició el surgimiento de dos bandos en torno a esos dos núcleos presididos cada uno por una iglesia. Ya lo hemos visto en los dos palacios de los Golfines, uno “arriba” y otro “abajo”. Hoy es recordada especialmente Isabel por la drástica solución que dio una serie de pleitos y conflictos entre los vecinos del barrio alto y los del barrio bajo. A tanto llegaron, que los elementos defensivos altomedievales, que bien podrían parecer meramente ornamentales, desempeñaron su función legítima. Las peleas se llevaron a las torres y matacanes, desde donde se lanzaban flechas, agua o aceite hirviendo y multitud de ingenios defensivos, todo ello para limpiar el honor manchado por las afrentas y fechorías entre unos y otros. El propio ICOMOS (organismo asesor de la UNESCO), cuando propuso a Cáceres como candidata a ser Patrimonio Cultural de la Humanidad, se basó entre otros criterios en que «Cáceres ofrece un ejemplo eminente de una villa dominada, durante los siglos XIV al XVI, por una serie de facciones rivales, con Casas Fuertes y Palacios, que son el testimonio de tales luchas, y es un ejemplo único de características patrimoniales e históricas, propias de Extremadura, que han sido conservadas». Y la UNESCO la incluyó, efectivamente, en noviembre de 1986.
Así que poco después de jurar los fueros y privilegios de Cáceres, en 1477, dictó una ordenanza para evitar que de torre en torre se hicieran «grandes escándalos e mouimientos e ruidos e feridas de omes». Entonces, cortó por lo sano:
"Los que se alíen con vando o parcialidad Su Alteza los reuoca e da por ninguno valor e efecto […]; so pena de caer en mal… Los que ouieren torres en las casas de su morada las derriben, so pena que por el mismo fecho la justicia las pueda derribar… Las arqueras de cualquier torre no derribadas podrán ser derribadas por el pie… Las torres comenzadas, sólo alcanzarán hasta el tejado por manera que queden yguales con las otras casas, donde están fechas… Los vezinos o moradores que se armen y acudan a las. asonadas a favor de Caballeros si fuera la primera vez será desterrado por un año; si fuese la segunda será el destierro perpetuo y sus bienes pasarán al fisco".
Con esta ordenanza la reina Católica decretaba que los bandos y sus rivalidades cesaran, que se eliminara todo elemento defensivo y militar de las casas y torres, y que éstas fuesen reducidas, tejadas y desprovistas de almenas y saeteras. A los ojos de hoy, aquello supuso un atropello contra el patrimonio, pero entonces respondía a intereses políticos: pues el apoyo antes mencionado a Isabel no fue ni mucho menos unánime en toda la villa. Así, la reina castigó a los que no la secundaron en su lucha por el trono. La notable excepción la protagonizó Diego de Cáceres, que había sido el más ferviente defensor de la causa isabelina, que gozó de libertad absoluta para construir su palacio como le placiese. Así, lo dotó de una esbelta y bella torre, almenada y descubierta. Hoy se la conoce como «Torre de las Cigüeñas».Para deshacer de una vez y por todas los enredos entre los dos núcleos de la villa, eliminó la dualidad de sellos del Concejo, fijando así el escudo de Cáceres hasta nuestros días:
"Ordeno, que […] desfagan los dos sellos que tienen del Concejo, y faga uno, y no más, que tenga un escudo de armas, y en la mitad del aya un Castillo, y en la otra mitad un León; las quales dichas Ermas yo doi por armas propias suyas a la dicha Villa de Cáceres para siempre jamás…".
Luego la imaginación popular la situó bordando con sus propias manos un castillo junto al león que aparece en el Pendón de San Jorge, antiguo estandarte de la ciudad que aún se conserva.La verdad es que el pueblo de Cáceres quiso mucho a su soberana pese a sus fallos. Ella se sentía querida, y por eso volvió por la villa en varias ocasiones. Muchas más veces visitó el no demasiado lejano monasterio de Guadalupe, donde tenía casa propia. Fue allí donde se firmaron los documentos que autorizaban el primer viaje de Colón a América, y también en este monasterio fueron bautizados los primeros indios americanos que se convirtieron al cristianismo. Cáceres vio marchar a muchos de sus hijos hacia el Nuevo Mundo, algunos de las cuales volvieron y dejaron su huella en los nuevos palacios. El amor por una reina de nombre Isabel volvió a repetirse en Cáceres, ya en el siglo XIX, aunque quizás ésta ya no se lo mereciera tanto.

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