jueves, noviembre 16, 2006

Cacereños ilustres


Antonio Hurtado
Gustavo Hurtado Muro
Gomez Becerra
Publio Hurtado
Antonio Canales
León Leal
Dionisio Acedo
Conde de Canilleros


Antonio Hurtado

Es un escritor y político extremeño que presenta gran parecido con su coetáneo y amigo López de Ayala.
Nació nuestro autor en Cáceres el 11 de abril de 1824 y allí vivió durante su infancia y adolescencia. No era muy buen estudiante y abandonó pronto el Real Colegio de Humanidades de Cáceres. Esto le hizo arrastrar toda su vida algunos errores de ortografía y sintaxis, aunque no le impidió conocer bien nuestra literatura, especialmente a nuestros clásicos, como se ve en sus escritos, y producir una abundante obra.
Su familia era más bien pobre y no tenía tradición literaria, pero él empezó pronto a escribir y con dieciséis años publicó algunos poemas en la prensa cacereña.
Sus primeras obras son de carácter romántico y llenas de tópicos, como la novela El Velludo. Un cuñado de Donoso Cortés lo lleva a Madrid y lo coloca en el periódico Español, donde empieza su labor periodística y continúa con la literaria (publica algunos poemas de tema extremeño como Hernán Cortés y A Mérida).
Con treinta y cinco años entra en política y es nombrado Gobernador Civil de Albacete y después de Jaén y Barcelona. Se sabe que en Barcelona actuó con gran humanidad en la epidemia de cólera en la que él mismo se contagió y de la que no se recuperó nunca.
Desde 1868 hasta 1875 sigue con su labor política y literaria, es diputado en las cortes de Cádiz y senador en Puerto Rico y publica algunas obras como Madrid dramático, así como zarzuelas y traducciones del francés.
En 1875 le nombran consejero de estado y permanece en ese puesto hasta su muerte el 19 de junio de 1878. Fue un hombre bueno y muy amigo de sus amigos, entre los que contaba a López de Ayala, Núñez de Arce o el músico Arrieta.

Hurtado fue un autor que escribió abundantes obras, con las que practicó todos los géneros literarios de su época. Su obra se encuentra situada en un periodo de transición entre el Romanticismo (leyendas, cuadros de costumbres, drama histórico) y el Realismo (alta comedia, novela casi realista). Dentro de su obra poética, tiene colecciones de leyendas, como Madrid dramático y el Romancero de Hernán Cortés; y otras obras de estilo variado, entre las que podemos reseñar las de inspiración popular, como el poema Corazones y arroyos o Al amanecer. Se incluyen en este grupo sus Cantos a la virgen de la Montaña, dedicados a la patrona de Cáceres.
Como poeta es un autor conocedor de los metros clásicos y realiza innovaciones métricas; su vocabulario es a veces retórico y culto y otras, ramplón y simple. Sus mejores obras son las de estilo popular.
En su obra dramática encontramos comedias de costumbres, como La verdad en el espejo (1851), que presenta un enrevesado problema amoroso y se desarrolla en la corte; y La voz del corazón (1867), obra sentimental y llena de equívocos. También fue autor de dramas históricos, como El anillo del rey (1852), que participa de los rasgos del drama calderoniano, pero sin el desenlace trágico de éste; y de otras obras escritas en colaboración con Núñez de Arce, como Herir en la sombra; y en especial La maya (1869). Además llevó a cabo adaptaciones y traducciones del francés como El matrimonio secreto, basado en una obra de Alejandro Dumas; y escribió zarzuelas, como Entre dos aguas, Gato por liebre o El sonámbulo.

En su obra en prosa, practicó el cuadro de costumbres, con títulos como Las mañanas del retiro y Una noche en el circo; y la novela, género en el que encontramos una de sus obras más representativas, Corte y cortijo.
Corte y cortijo (1870) según la crítica es la mejor obra en prosa de Valhondo y fue premiada por la Real Academia Española. Como dice su subtítulo es una novela de costumbres contemporáneas. En ella compara las costumbres de la corte con las de la aldea. La obra está compuesta por un núcleo epistolar y un conjunto de narraciones y diálogos. Contiene aspectos críticos sobre las clases sociales, el voto electoral, la situación de los emigrados; e insiste especialmente en la educación de la mujer española.
Madrid Dramático (1870) es una colección de leyendas. Se trata de cuadros de costumbres de los siglos XVI-XVII, como dice el subtítulo de la obra. Las leyendas están compuestas casi todas en romance y en ellas el poeta hace desfilar a famosos personajes de esa época como Cervantes, Lope de Vega o Quevedo. Según algunos críticos este conjunto es tan valioso como las leyendas de Zorrilla o el Duque de Rivas.
El Romancero de Hernán Cortés (1904) fue la obra de Hurtado Valhondo que más tarde se editó, aunque algunos de los romances ya habían aparecido antes en el Semanario Pintoresco Español a partir de 1855. Es un conjunto de veintinueve romances sobre la vida del conquistador, que se ajustan mucho a su realidad histórica.
Los Cantos a la Virgen de la Montaña (1859) son un conjunto de seguidillas con bordón, todas dedicadas a expresar la devoción popular a la patrona cacereña, y puestas en boca de diversos personajes -animados e inanimados- que demuestran idéntico deseo de venerar a la citada Virgen. La lectura devota de este libro concedía cien días de indulgencias.
Arriba

Gustavo Hurtado Muro
(Cáceres, 1878-1960)

De compleja personalidad, excesivamente sensible e incluso un punto atormentada, el drama personal de Gustavo Hurtado fue su plena lucidez ante la absoluta indiferencia de la sociedad cacereña de su tiempo -hay que situarse en el Cáceres semi-rural de comienzos del siglo que ahora está para concluir- por las cuestiones artísticas. O en otras palabras, la ausencia del estímulo que todo pintor precisa para sentirse recompensado por las largas horas pasadas en solitario frente al caballete. Un drama que pocos artistas -menos cuanto más lúcidos- pueden sobrellevar.
Esta indiferencia por el arte puede llegar a sepultar bajo una insalvable losa incluso la obra de artistas del más alto valor: si Mendelssohn no hubiese descubierto, ¡tras 82 años de olvido!, "La Pasión según San Mateo", toda la obra de Bach hubiera quedado anulada (quien sabe si por siempre: los papeles inútiles acaban por destruirse) para la posteridad...
Salvando la abismal distancia con el ejemplo precedente, éste es el destino de todo artista que se desenvuelve en un medio poco cultivado, incapaz de captar la valía de quien vuela a niveles incomprensibles e inalcanzables para la generalidad.
Todavía en 1935 se pregunta M. Izquierdo Ferigüela en el semanario Cáceres del 7 de octubre: "¿Existe el arte en Cáceres?"... para concluir con desaliento: "No es que no exista el arte en Cáceres, sino que Cáceres parece decir ¿Y para qué lo queremos? ¡Sin arte también se vive!... Y eso es lo triste, porque, como dijo Benavente: "Es muy triste que nos pidan oro y no poder ofrecer más que cobre; pero es mucho más triste ofre-cer oro y que nos digan: ¡Si yo con el cobre tengo bastante!".
Gustavo nace en Cáceres, el 7-X-1878, como primogénito del matrimonio de Publio Hurtado Pérez -abogado y relator de la Audiencia de Cáceres, de temprana vocación literaria y pasión por la historia local- y la toledana María del Sagrario Muro Muro, cuya familia procedía de Villoslada de Cameros (Logroño).
Hacia los nueve o diez años de edad se inicia en el dibujo y la pintura de la mano de Andrés Valiente (1833-1912) -que fue alumno de Rafael Lucenqui (1807-1872)- y durante el bachillerato, que realiza en el Instituto de Cáceres, cursará brillantemente la asignatura de dibujo con el profesor Luis Perate Herreros (1836-1901).
Obtenido su título de bachiller, marcha a Madrid, ingresando en 1894 en la Escuela de Arquitectura, sin abandonar su vocación pictórica, que le lleva a asistir a las clases de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Cuando los estudios se van haciendo más y más absorbentes, se convence de la imposibilidad de simultanearlos y decide -no sin grandes dudas- abandonar la arquitectura en 1897, a pesar de los tres años cursados, por los pinceles.
En Bellas Artes serán sus maestros Antonio Muñoz Degrain (Paisaje), Dióscoro de la Puebla (Colorido y Composición), Alejandro Ferrant, Ricardo de Madrazo (Figura) y José Moreno Carbonero (Dibujo del natural). En su primer año es premiado con 2ª medalla en Paisaje, mereciendo 1ª medalla al siguiente curso. Se licencia en mayo de 1900 como Bachiller en Artes, con diploma de primera clase. Entre sus compañeros estaban los hermanos Zubiaurre -Valentín y Ricardo, ambos sordomudos- representantes del costumbrismo y el paisajismo vascos.
Ya durante sus años de estudiante apuntan las múltiples aficiones e inquietudes que enriquecen su personalidad, siempre bajo el prisma de un perfeccionismo exigente, que le lleva al estudio de la Retórica para depurar sus poesías, alguna de ellas publicada en la revista Pax Augusta, de Badajoz (1901). En Madrid asiste a las clases de anatomía en la Facultad de Medicina, entra de aprendiz en el estudio del fotógrafo Garrorena, que pronto lo hace su ayudante (Gustavo fue precoz también en la fotografía, que practicaba desde los 12 años), se interesa por el magnetismo e ilusionismo, participando más tarde (1902-1905) en funciones benéficas como prestidigitador (caracterizado de japonés, bajo el nombre artístico de Thonk-Chao o como Les Pierrots Jaunes, en compañía de su amigo Florencio Quirós), con una rara habilidad que le envidiaban los profesionales o cultiva la música (guitarra y bandurria), asistiendo asiduamente a las funciones de ópera del Teatro Real desde las localidades de paraíso, asequibles a su bolsillo estudiantil. Gracias a esta afición hace amistad con el gran pintor Francisco Pradilla, quien la compartía con entusiasmo y le abre su estudio, que Gustavo frecuenta a menudo, ávido de aprender.
Durante unas vacaciones en Cáceres, en 1900, funda con su amigo Julián Perate Barroeta, hijo de D. Luis, su antiguo profesor, la "Sociedad Artístico-Fotográfica" de Cáceres. La faceta pictórica de la sociedad vino a quedar inédita, por la ausencia de encargos, mientras que en el campo de la fotografía, cada vez más popular, halló una amplia respuesta. Gustavo deja de participar en la empresa cuando obtiene la cátedra del Instituto.
Al concluir los estudios, complementa su formación profundizando en el estudio de la Perspectiva con el pintor Amalio Fernández, escenógrafo del Teatro Real y con Emilio Sala, que le toma como ayudante en la decoración del techo del Salón de Recepciones del Palacio de la Infanta Isabel, en la calle de Quintana de Madrid, con pinturas al fresco que representan una alegoría de "Las horas" (1902), que fueron muy elogiadas, destacándose su acertada composición y atractiva gama cromática.
En abril de 1902 se presenta a oposiciones a Cátedra de Dibujo de Instituto, obteniendo uno de los primeros puestos, entre 97 opositores que concurrían a 21 plazas y solicitando Cáceres, ante el asombro del tribunal, que no se explicaba el interés del opositor por ocupar una plaza tan secundaria y apartada, pudiendo elegir otras de mucho más porvenir. La causa era doblemente sentimental, por razón de origen y porque su padre se había quedado por aquel entonces prácticamente ciego...
Entre los compañeros que obtienen plaza en la oposición se hallaban Eulalio Fernández Hidalgo, de Brozas, el pacense José Alcoba Moraleda, que eligió Canarias y Luis Bru Herrero, que obtiene Almería. Gustavo toma posesión de su plaza el 24-IV-1903, desempeñándola continuadamente hasta su jubilación el 7-X-1948, tras dedicar más de 45 años a cultivar la sensibilidad hacia el arte en tantas y tantas generaciones de cacereños.
En febrero de 1905 se le nombra Académico Correspondiente de la Real Academia de San Fernando, lo que le hacía miembro de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos. En 1907 es profesor de Dibujo Geométrico de la Escuela de Artes Industriales creada por la Diputación Provincial.
Posteriormente, en 1908, realizaría una visita de un mes de duración a París, en compañía de tres amigos ajenos al mundo del arte, lo que, sin duda, supondría un lastre para la plena toma de contacto con lo más reciente de los grandes maestros.
El 29-XII-1909 casa con Fernanda Collar Arias, que le dará dos hijos: Fernando, nacido en octubre de 1910 -futuro arquitecto y padre de quien firma estas notas- y María del Sagrario.
En 1917 gana por oposición la Cátedra de Dibujo de la Escuela Normal de Maestras de Cáceres, en la que impartía las clases de dibujo desde 1907 y en 1923 obtiene la misma plaza en la Escuela Normal de Maestros. Simultáneamente imparte también clases en el Centro de Enseñanza Provincial para Obreros, por lo que su dedicación a la enseñanza le ocupará la jornada completa.
También en 1917 será miembro de la Junta de Patronato del Museo Provincial y en 1925 de la Junta Directiva del Ateneo, como Vicepresidente de la sección de Literatura y Bellas Artes.
A pesar de su escaso entusiasmo por la política, se ve forzado por compromisos, a desempeñar cargos de Concejal en el Ayuntamiento (1930) o de Diputado Provincial (1936), en los que destaca por su seriedad y honestidad, negándose a dar nombres cuando las autoridades políticas le solicitan la entrega de una de aquellas bochornosas listas negras para depuración de posibles profesores o alumnos desafectos al nuevo régimen.
Gustavo hubiera muy bien podido hacer suyo el hondo verso de Machado cuando confiesa: "nunca perseguí la gloria...". Pintar fue para él una dedicación hondamente vocacional y gratificante ... hasta que el desaliento acabó por hacerle abandonar prácticamente los pinceles, hacia finales de 1924.
Entre sus contemporáneos, los pocos que tuvieron acceso a su estudio se muestran tan unánimes en su admiración, como asombrados por el nulo aprecio del autor hacia su pintura. Enrique Montánchez (Alma Extremeña, 16-IX-1905) señala "el inconveniente gravísimo de su inconcebible modestia", relatando el enfado de Gustavo ante los elogios del periodista por su cuadro "Restauración" (114x145 cm.), que, en su opinión, "no podía resistir otra crítica que la benévola de sus paisanos"... y ni ante ellos accede a exponerlo, a pesar de la insistencia del periodista.
Emilio Herreros en su artículo de El Bloque, de 30-III-1909 (que por error aparece firmado por Florencio Quirós), señala cuánto gustan sus obras, por su serena belleza, naturalidad y perfección, incluso a quienes desconocen el mérito de la técnica empleada y las dificultades de ejecución. Realiza luego un acertado análisis de su personalidad:
"Gustavo Hurtado tiene dos enemigos muy grandes, uno es su espíritu descontentadizo, vulgo modestia; ninguna obra suya le satisface por completo... siempre encuentra deficiencias en sus cuadros, hasta el extremo de no concluir los que empieza o arrinconar los que termina, salvándose algunos de los atentados que realiza con sus obras, borrándolas o pintando encima... El otro enemigo es su apego a su familia y a su tierra, que le retienen en Cáceres, donde se respira un ambiente... bastante... para matar el mayor estímulo para cultivar el arte." "En su estudio he podido admirar apuntes, bocetos, estudios y cuadros concluidos y -de tener en cuenta la opinión de Hurtado- ninguno valía nada, a pesar de lo cual yo descubría rasgos de su inspiración y su maestría en todos y en algunos los destellos de su numen potente y verdaderos primores de ejecución. La factura, la luz, las ropas, el desnudo, el color de la carne, la disposición de las figuras, la combinación de colores, el asunto, todo acusaba el talento y el arte que posee.
Las obras de Hurtado Muro apenas son conocidas por el recogimiento en que vive y de que se rodea. Fuera de algunos tapices, rara vez hemos visto exhibir sus cuadros..."
En efecto, hasta entonces sólo había concurrido a dos certámenes regionales y uno nacional: Los primeros en Ciudad Rodrigo, 1900: Ignoro las obras con las que participa, y en Béjar, Exposición Regional de Bellas Artes, Industria y Agricultura, septiembre de 1903, donde fue premiado con la 2ª medalla por el bodegón "Los postres" (ciruelas e higos, 29x52 cm.). El comentario de "A. de Mirabal" (Manuel Sánchez Cuesta) en el Diario de Cáceres, de 31-X-1903, fue muy elogioso:
"Este cuadro que, según me han dicho, es de lo primero que su autor pintó,... es de lo mejor que he visto dentro de su género... admirándose en él lo delicado de los toques y lo artístico de la factura. En mi sentir, es imposible arrebatar más secretos al natural. El Sr. Hurtado es un colorista de condiciones y un artista que sabe sentir. El cuadrito, sin duda por un error del jurado que le juzgó, ha obtenido medalla de plata. La de oro me hubiera parecido a mí poco para premiarle".
Y a la Exposición Nacional de Bellas Artes, Madrid, 1904: presenta dos bodegones, "La merienda" (80x40 cm.), que convierte en una competición de asombros entre el naturalismo prodigioso de color y transparencia de la copa de vino, el pan crujiente o la tentadora pieza de jamón, y "Postres" (80x40 cm.), en donde unas simples formas y colores parecen confabularse para que apenas podamos resistir la tentación de probar aquel sabroso queso o esos recién hechos pasteles de hojaldre... Las diversas texturas de la jarra de vidrio con la limonada, de la tacita de porcelana o de la blanca y brillante seda del mantel, parecen invitar -desde su humildad de simples objetos cotidianos- a que despierte la maravillosa capacidad de percepción que pueden proporcionar nuestros aletargados sentidos de la vista y el tacto...
Ambos eran -son, ciertamente- espléndidos ejemplos de primorosa ejecución y prodigiosa técnica pictórica, pero... bodegones al fin. ¿Cómo podían destacar aquellos humildes objetos entre tanto cuadro grandilocuente, de enormes formatos (más de 5 x 2,50 m. el de Chicharro, uno de los premiados), de sentimentales o dramáticos temas históricos o literarios, abundantes en sugestivos desnudos femeninos y compitiendo con artistas, como el ilerdense Jaime Morera, que concurría con 33 obras? Como refiere Bernardino de Pantorba en su conocida Historia y Crítica de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes (1948), el fallo de los jurados de esta Exposición produjo "el consabido escándalo".
Probablemente desalentado tras comprobar que en estos certámenes continuaba primando lo anecdótico (el tema), sobre lo esencial (el cuadro no sería más que una superficie en la que se extienden colores y se representan formas, donde solo cabría valorar la originalidad en la presentación del asunto y el dominio de la técnica: la calidad del dibujo, el acierto en la composición y el modelado, la maestría en el manejo del color y de la luz), Gustavo renuncia muy pronto a toda ambición de gloria personal, acudiendo solo por compromiso a exposiciones locales -enviando no obstante obras pintadas muchos años antes- cuando no hacerlo pudiera interpretarse como un desprecio a los organizadores.
Estas nuevas exposiciones y las obras con las que participó son las siguientes:
- Cáceres, Exposición Regional Extremeña de Arte, Palacio de los Golfines de Abajo, mayo de 1924: los bodegones "Un piscolabis" (40x30); "Patatas y otras bagatelas" (44x62), en el que las sutiles veladuras de la pincelada y la asombrosa transparencia del color se bastan para aprehender algo tan sutil, efímero y perecedero como la frescura del pescado, que es fijada sobre la superficie del lienzo para lograr una "naturaleza muerta" que se muestra -paradójicamente- aún palpitante de vida en ese corte de la merluza recién pescada. (Seguramente la vinculación familiar impide mi imparcialidad, pero puedo asegurar que rara vez he visto tan intensa captación de vitalidad en los mejores maestros del género); "La merienda" (80x40) y "Postres" (80x40), antes comentados, y la pareja de tapices pintados, de corte clásico, "La vuelta del torneo" o "El paje" y "Ofelia" (197x99). En la galería del patio se exhibió igualmente "La visión de Maximiano", tapiz de gran formato (250x330 aprox.), en el que se aparecen al emperador, postrado en el suelo por los remordimientos (?), los innumerables cristianos presuntamente enviados al martirio bajo su mandato. Hoy parece que continúa depositado -desde hace más de treinta años- enrollado, en un trastero de la E.U. de Formación del Profesorado de E.G.B., probablemente por falta de espacio o por lo demodé del asunto, aunque tiene cierto interés, a pesar de ser copia (Gustavo lo toma de una lámina, en blanco y negro, de La Ilustración Artística), porque el original, del pintor húngaro Emanuel Krescenc Liska (1852-1903), se destruyó en un incendio parcial del Museo de Budapest.
Comenta la Exposición Ramón Segura de la Garmilla en el semanario Prometeo de Badajoz, del 9 de junio: "Gustavo Hurtado tiene varios bodegones. No es fácil decir cual gusta más; la transparencia del cristal de una copa que contiene unos huevos pasados por agua (en "Un piscolabis"), maravilla". El contrapunto lo había puesto la crónica de Tomás Pulido (que sin duda esperaba algo más que bodegones pintados hacía 18 ó 20 años), en El Adarve de Cáceres, del 30 de mayo, al atacar con inusitada dureza lo que interpretó como apatía, falta de ambición y de inspiración en un artista de su bagaje y cualidades, tratando desesperadamente de provocar una imposible reacción en quien ya se había resignado "a no ser nada", ante a la absoluta indiferencia -con raras excepciones- de la sociedad de su entorno.
- Ateneo de Badajoz, X Exposición Regional Extremeña de Arte, octubre de 1924: A instancias de López Prudencio concurre con "La primera sisa" (115x146), asunto costumbrista, en el que, sin renunciar al bodegón, que nos muestra sobre la rústica mesa de cocina, se perciben sus extraordinarias dotes de retratista en las figuras de la abuela (la Sra. Valentina) y de la nieta (Tomasita), cuyos expresivos, aunque contenidos gestos, captan magistralmente el pequeño drama infantil de la pérdida de la inocencia; "Bajamar en Cascaes" (22x31), una de las muchas marinas pintadas durante sus estancias estivales en la costa portuguesa; y los consabidos "Un piscolabis" (40x30); "La merienda" (80x40) y "Postres" (80x40).
- Cáceres, Exposición Antológica de Pintores Cacereños, marzo de 1960: tras 36 años sin exponer, cede de nuevo los dos bodegones de 1904 (80x40). Tomás Pulido, ahora también resignado ante lo irreversible, confiesa finalmente, en su extenso comentario (Extremadura, 30-III-60), su admiración por la pintura de Hurtado: "una personalidad cuyo valor intuíamos más que comprobábamos, puesto que las proyecciones de su vida artística se dirigieron hacia dentro, al encerrarse en un hermetismo que sólo en ocasiones raras o extraordinarias ha quebrantado". Analiza a continuación su pintura, en la que subraya "su insuperable dibujo, su cromatismo de tan naturalísima autenticidad, su composición sin artificio o afectación, su pincelada ausente, invisible a fuerza de empastada y fina, como trabajada por la misma naturaleza"; pintura de una perfección "que hay que estimar como valor de creación... algo que está al margen del tiempo", porque "lleva dentro de su arte valores de perpetua vigencia", de modo que aunque su obra pertenezca a "un tiempo ido... paradójicamente queda actualizada", al ser "una obra viva y actuante... que tiene tanto de técnica como de espíritu". Y vaticina que, por más que el artista se desfase de su contemporaneidad, "si lleva dentro de su arte valores de perpetua vigencia... no tardará mucho en recobrar su verdadera perspectiva temporal".
Entre la producción del pintor abundan las copias de los grandes maestros, que inició, en sus primeros años de estudiante, en el Museo del Prado. No deja de sorprender que Hurtado empleara luego su tiempo en hacer tantas réplicas de obras de otros pintores... ¿Hay que ver en ello un signo más de renuncia al propio yo en una personalidad de humildad franciscana o bien autodestructiva? ¿O trataba tan sólo de rendir homenaje, en auténtico gesto de simpatía, hacia el autor del original? Por otra parte, hojeando prensa del XIX se constata lo habitual que era esta práctica, incluso entre las primeras figuras del momento y el mérito que se le atribuía. Se palpaba una veneración por los grandes genios del arte, que también hallaba su justificación en el acercamiento al pueblo de las obras maestras, de no tan fácil difusión entonces como en la época actual, en la que -por añadidura- la originalidad se ha erigido en objetivo prioritario del arte, casi con exclusión de cualquiera otro valor, norma o parámetro anteriormente asociado a la tradición artística o a lo que se denominaba el dominio del oficio.
Su copia (197x147) de la Inmaculada de Murillo (la llamada de El Escorial) encierra una anécdota bastante ilustrativa de su personalidad: En 1916, con ocasión de la estancia en Cáceres de la Infanta Isabel, se le pidió que cediera esta copia para engalanar los aposentos que se habían preparado para la ilustre visitante. Al expresarle al día siguiente la Infanta cuánto le había gustado, alabando la extraordinaria perfección con que estaba realizada, le respondió Hurtado: "No, no, si no vale nada..."
Aún más demoledora fue su contestación al director de Alcántara, con ocasión de solicitarle, en escrito del 8-VIII-1951, fotografías de sus cuadros para reproducirlos en la sección "Nuestros artistas" de la revista: "...suponiendo que se refiera a mí, siento decirle que no tengo reproducción alguna de ninguna de mis obras, ni mi vida de artista ha tenido jamás rasgo alguno digno de que puedan ocuparse de mí en una revista como es la de su digna dirección...". Cualquiera que no conociera a Hurtado diría que respiraba aquí por la herida, ya que el bueno de D. Pedro Romero Mendoza lo que en realidad le había pedido eran "fotografías de los cuadros de su difunto padre D. Publio", adjudicando los pinceles al escritor, en lo que sin duda fue un mero lapsus, ya que no cabe aplicar al culto Romero Mendoza el desconocimiento mutuo habitual entre intelectuales de por aquí...
El 12-III-1956 escriben a Gustavo por segunda vez desde la Dirección General de Bellas Artes, rogándole que rellenase la ficha que le adjuntaban, para su inclusión en el "Repertorio de Artistas Contemporáneos" que estaban preparando. Al igual que la vez anterior, la petición, que firmaba el propio Director General, Antonio Gallego Burín, quedó sin respuesta.
Hombre de gran emotividad, acorazada en lo más íntimo, vuelca Gustavo su sensibilidad ante el desamparo y la fragilidad humanas o presenta en sus cuadros las cosas más humildes, en las que nuestra mirada nunca habría reparado. De ahí su insistencia en el bodegón -género menor, menospreciado por muchos- de cuyos limitados elementos extrae aquellos detalles diminutos que nos revelan de pronto el alma de las cosas (Azorín), conjugando los más sutiles matices de formas, modelado, colores, texturas y luces, como si pareciera empeñado en decirnos que lo cotidiano -lo que nuestra rutina etiqueta de vulgar-, lo pequeño, también es hermoso y que en la calidad de un cuadro el asunto es lo de menos. Quizás no sea exagerado afirmar que sus bodegones no hacen mal papel ante los clásicos de Meléndez, Sánchez Cotán o López Enguídanos, en cierto paralelismo también con los de su paisano Felipe Checa (1844-1906), de Badajoz, de similar perfección, aunque podría matizarse acerca de cuáles poseen mayor naturalidad y frescura.
En ocasiones, cuando su pincel indaga en el alma humana o incluso al realizar pintura costumbrista, éste parece exaltarse, olvidando su exigente perfeccionismo, como si quisiera sacudir la molicie de los satisfechos, para que no puedan seguir ignorando la existencia de los desheredados que se asoman a sus lienzos: el viejo campesino extremeño -en las antípodas de los de Hermoso- con la desesperanza instalada en esa mirada perdida...; la viuda con dos niños, que recoge en rápido boceto, pidiendo en la noche de fiesta; la muchacha de la pandereta que mendiga unas monedas en la cacereña Plaza Mayor (parece que este cuadro inspiró un poema al poeta de Villafranca José Díaz Macías, lo que no impidió que Hurtado pintara otro sobre él...); la vieja encorvada que aún debe cargar sobre sus años el haz de leña; la tragedia extrema del que muere dejando a su familia en la miseria ("La última voluntad"); el burro lleno de mataduras que su amo maquilla para malvenderlo ("Restauración"); la niña que descubre la malicia con la primera sisa...
Por los motivos antes expuestos, su obra no es muy extensa -unos cuarenta óleos, sesenta bocetos o tableautins, nueve tapices y más de trescientos dibujos de diverso tipo, a lápiz, pluma, carboncillo, acuarela, aguada, etc.- aunque sí suficiente para que podamos apreciar el gran nivel de calidad alcanzado en todas las técnicas que utilizó. Además del bodegón, cultivó asiduamente el paisaje, que siempre es luminoso, de un suntuoso cromatismo que se desarrolla en delicada sinfonía de matices, muy en la tradición de Carlos de Haes, fielmente transmitida por Muñoz Degrain. Estos paisajes, pintados siempre al aire libre, en ocasiones recuerdan a los de Aureliano de Beruete (1845-1912) o Eliseo Meifrén (1859-1940) y a menudo quedan en simples apuntes, inacabados pero plenos de vitalidad. Las marinas, realizadas durante sus estancias en la costa portuguesa, donde veraneaba habitualmente, son un importante capítulo en su obra, en el que la naturaleza inspira también directamente las armonías de su paleta. Pueden hallarse en ella ecos de Fortuny -de tan enorme influencia en su momento- e incluso de Sorolla, de quien recibiera aquel entusiasta abrazo, ante el vibrante colorido del bodegón que realizaba en el estudio de Emilio Sala. Excelente dibujante siempre, sus apuntes urbanos constituyen en ocasiones el único testimonio de un patrimonio arquitectónico desaparecido o alterado.
Excepto los juveniles y minuciosos retratos a lápiz de sus tías Elvira Hurtado o Julia Muro y su hermano Manuel (1898, los dos últimos en el Museo Pedrilla), el magnífico retrato a lápiz de su padre (1929) y un par de autorretratos inacabados, cultivó poco este género, lo que fue una verdadera lástima, a juzgar por los espléndidos resultados que se aprecian en sus bocetos o en los personajes, ya comentados, de "La primera sisa": la señora Valentina y la niña Tomasita, modelo que compartió con Sánchez Varona, que la utiliza en su conocido desnudo infantil titulado "Crisálida". Su soterrado sentido del humor le llevó a practicar con acierto la caricatura, faceta de la que apenas permitió que se conociera sino la de "Antófilo" (José Luis Gómez Santana) (Alma Extremeña, 26-VIII-1905).
La historia de Gustavo Hurtado es, en cierto modo, la historia de una frustración, de algo que pudo ser mucho más de lo que fue... Tenía razón Tomás Pulido en su primera arrebatada crítica, aunque no acertara con los motivos de aquel suicidio artístico. Porque el conflicto no surgía por causa de pereza o molicie, ni lo que le faltaba como pintor era voluntad o diligencia, sino, simplemente, el haber podido salvar el inconveniente gravísimo de su inconcebible modestia, según la atinada observación ya citada de Enrique Montánchez, y un algo de estímulo, que no le dieron ni sus paisanos, ni siquiera -creo- su propia familia. En el mismo artículo de Montánchez, llega a confesarle Gustavo, con la depresión tocando fondo, que el abandono de la poesía fue el único acierto de su vida.
De cualquier modo, aquel sentimentalismo que le empujó a su retorno al origen le reservaba la trampa de un entorno local ajeno, por no decir hostil, al arte: Gustavo renunció al triunfo desde el mismo momento en que decidió volver para quedarse en su tierra. Romántico soñador, vino a caer, por añadidura, en el noble error de la enseñanza, actividad poco agradecida y peor pagada, que llegó a ser un pesado lastre: su intensa dedicación docente no le dejaba el tiempo necesario para remontar el vuelo de la creación artística.
Tal vez por ello, cuando vió su casa llena de cuadros, que fuera poca gente apreciaba, decidió colgar los pinceles y buscar refugio en las ciencias, que siempre le habían fascinado -era suscriptor de las revistas "Ciencia y Técnica" e "Ibérica"-, pues no en vano toda obra científica es también una obra de arte, en palabras de Benedetto Croce: radiotecnia (en los años veinte construyó varios aparatos de galena para las amistades y poco después la primera emisora de radio que emitió desde Cáceres), astronomía (para lo que disponía de un pequeño telescopio), metereología (montó un eficaz observatorio en la terraza de su casa (1926), dotado de anemómetro, veleta, etc., para el estudio de la climatología y vientos locales, que anotó pacientemente durante años y años), psicología, interpretación de los sueños, etc.
También cultivó intensamente su afición por la fotografía normal y la estereoscópica, a la vez que ocupaba sus ocios con la jardinería y botánica o la ebanistería y la carpintería, actividades para las que llegó a montar un completo taller y en las que superaba fácilmente a los más expertos profesionales.
Gustavo Hurtado vivió dos situaciones adversas: de un lado, su formación estética correspondió a la del final de una época, la de la gran tradición del arte clásico, cuyas enseñanzas y normas había asimilado fervorosamente de sus últimos represen-tantes; mientras que su trayectoria vital lo situaría en medio de la vorágine imparable de los ismos del arte contemporáneo, como consecuencia natural de las sucesivas crisis de valores generalizadas, de las que hubo de ser testigo temprano y disconforme, como no podía ser de otro modo.
Y por otra parte, su experiencia y nostalgia del rico mundo artístico madrileño entre dos siglos y los niveles en los que se movían sus maestros, como Muñoz Degrain, Pradilla o Sala, le harían considerar como mínimos e irrelevantes sus propios intentos, cuya hiperbólica valoración de unos y total falta de respuesta en la mayoría de la sociedad local -en un entorno artísticamente desértico- probablemente le exasperarían por igual, evidenciando su error de elección, por contraste con sus juveniles vivencias en Madrid.
Gustavo fallece en Cáceres el 16-XII-1960. Con carácter póstumo se han expuesto obras suyas en las siguientes ocasiones:
- "Homenaje a los Artistas Cacereños desaparecidos", 30-IX-1965, en la Sala de Exposiciones de la Diputación (Av. Hernán Cortés, 1), que constituye su muestra más extensa, en la que figuraron tres tapices: "La vuelta del torneo", "Ofelia" y "Visión de Maximiano"; tres bodegones: "Sandías y uvas" (1924, 75x116), "Patatas y otras bagatelas" y "Los postres" (ciruelas e higos, 29x52); tres marinas: "Faro de Santa Marta, Cascaes" (h. 1913, 22x31), "Playa de Monte Estoril, Portugal" (22x30) y "Marina" (oleaje y rocas, Cascaes, 22x30); un paisaje: "Pinar de la casa de Campo, Madrid" (h. 1903, 75x115); un tema costumbrista: "La primera sisa" (115x146) y el retrato a lápiz de su padre de 1929.
- "Medio siglo de pintura cacereña", Cáceres, 27-XII-1979: "Marina"(Cascaes, 1913, 65x82), el bodegón "Patatas y otras bagatelas" (44x62), "Paisaje de Béjar" (42x58), "Molino de la Ribera" (Variante, 1918, 80x56).
- "Pintores Cacereños Contemporáneos", Badajoz, 24-VII-1980: de nuevo el bodegón "Patatas y otras bagatelas" (44x62).
- "Costumbristas Extremeños", Sala de Arte "El Brocense", 5-XII-1983: "Molino de la Ribera" (1918, 43x63), "La última voluntad" (62x84), "Requiebro ante el Arco del Cristo" (Aguada, 47x30), "Retrato de la niña Julia Muro y Muro" (lápiz, 1898, 67x53) y "Retrato de su hermano Manuel" (lápiz, h. 1898, 67x53).
- "Pintura Extremeña", Galería Blanca Tejedor, Madrid, 6-VI-1994: "Molino de la Ribera" (43x63).
Gustavo Hurtado practicó también la decoración de interiores, como en el pequeño Oratorio para su madre, con un perfecto altar fingido, directamente inspirado en Andrea Pozzo, realizando alguna incursión en el estilo modernista, como en los salones de su casa (1909), el Salón de Sesiones del Ayuntamiento o las aulas de dibujo donde impartía sus clases. Decoró igualmente todo tipo de objetos: paragüeros, espejos, biombos, panderetas, azulejos, conchas, etc. Ocasionalmente realizó diseño de rejas -las de su propia vivienda (1909)- y de fachadas, como la del desaparecido Café Viena (1921), en la calle Pintores 16, o la de la casa familiar que da a la Gran Vía y San Juan (1932).
Como sucede en toda aproximación suficiente al arte -no importa la época, el protagonista o el lugar- en cada una de sus facetas se nos revelan mundos de insospechada belleza, plenos de matices y profundidad.
Porque el arte -y qué mejor colofón que las palabras de Pessoa- "nos libra ilusoriamente de la sordidez de existir", aguzando nuestra sensibilidad y compensando, en cierto modo, esos sinsabores y contrariedades que ya se encarga la vida de reservar a cada uno, en mucha mayor medida de lo que pudiéramos desear...
Arriba


Gomez Becerra
(Cáceres, 1771-1843)

De origen humilde su padre era carretero y criado de los Hulloa), llegó a presidir el Gobierno de España. Importante jurísta y político, de marcado carácter liberal, fue magistrado del Tribunal Supremo, ministro de Gracia y Justicia con Mendizabal (firmo la disolución de los Jesuitas) y ministro de Gobernación con Espartero, alcanzó la presidencia del Gobierno en 1843. Su obra escrita (ensayos, memorias...) es muy extensa.

Arriba




Publio Hurtado
(Cáceres, 1850-1929)


Sobrino de Antonio Hurtado, ejerció de avogado, hombre de letras, articulista en diarios nacionales y autor de una extensa investigación histórica imprescindible a la hora de conocer el pasdo cacereño. Fue alcalde de Cáceres y primer viconsul de Portugal, miembro de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando e Historia. Colaboro en la fundación de la Revista Extremadura, de la que fue director.
Arriba




León Leal
(Cáceres, 1881-1959)

Abogado, articulista y propagandista católico, pronto comenzo una intensa actividad para acabar con las desgracias de la clase humilde. Lucho para atajar los problemas del campo, la usura, el subarriendo, los latifundios... Por ello fue uno de los fundadores de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cáceres, que dirigió como auténtico motor desde 1910 a 1956. Tiene una larga producción de artículos, ponencias y conferencias.
Arriba


Antonio Canales
(Cáceres, 1885-1937)

Histórico del movimiento obrero y católico cacereño, fue nombrado alcalde en 1931. Se preocupo por las mejoras urbanísticas, el abastecimiento de agua, la creación de un labadero y de la carcel vieja, la apertura de las avenidas... En 1936 fue nuevamente elegido alcalde pero el alzamiento militar le llevó a prisión. Ni la intercesión de hombres fuertes de la derecha logró evitar su fusilamiento en 1937.
Arriba

Dionisio Acedo
(Cáceres, 1989-1979)

Licenciado en Derecho por Salamanca, desarrolló una larga e intensa labor periodística en Cáceres. Formo parte de la redacción de El Periódico Extremadura desde su fundación en 1923 y pasó a dirigirlo ntre 1939 y 1971. También fue el responsable de los Servicios Culturales de la Diputación (los premios provinciales de periodismo llevan su nombre) y participó activamente en movimientos seglares como Cruz Roja.

Arriba

Conde de Canilleros
(Cáceres, 1899-1972)

Miguel Muñoz de San Pedro e Higuero fue un hombre de leyes, historiador y leterato de marcado estilo modernista, autor de numerosos libros, artículos y conferencias, es un destacado divulgador de la cultura extremeña. Perteneció a las Reales Academias de la Historia y la Lengua Española. Fue director del museo cacereño y cronista de la ciudad.

Arriba


http://www.escritoresdeextremadura.com/escritoresdeextremadura/documento/art014.htm (Página web que nos oferece la posibilidad de leer las biografías de escritores extremeños, no es muy ámplia pero es una de las pocas donde se encuentra la biografía de Antonio Hurtado)

http://ab.dip-caceres.org/virtuales/publio.htm (Página web dode podemos encontrar uno de los discursos que dio Publio Hurtado en la ciudad de Cáceres)

http://www.camaracaceres.es/actividades/publicaciones/libros/completos/61/contenidos/miguel.htm (Otra interesante web donde podemos encontrar biografías, si buscas alguna visítala ya que tiene bastantes)

No hay comentarios:

Publicar un comentario