sábado, octubre 13, 2007

Retablos


Convento de San Pablo
Convento de Santo Domingo
Iglesia de San Mateo
Convento de Santa Clara
Capilla de San Miguel
Santuario de la Montaña
Ermita de la Paz
Iglesia de Santiago
Iglesia de San Francisco Javier
Concatedral de Santa María



Convento de San Pablo

El de San Pablo es un convento intramuros que fue fundado en el año 1492. Ubicado en la plaza de San Mateo, en lo más elevado del casco histórico, alberga en la nave de su iglesia un sencillo retablo barroco. Es de un solo cuerpo articulado y adaptado al testero en tres calles y remate, sin dorar ni policromar. Separan las calles columnas cuajadas de querubines y motivos vegetales. En los flancos destacan estípites muy recargadas. Diversas son las piezas de arte mueble que se conservan en su interior. Lo más destacable y monumental es el retablo mayor, de estilo churrigueresco, que se alza en el presbiterio, con cabecera ochavada, quizás trazado por el mismo Manuel de Lara y Churriguera, pero cuya ejecución sabemos que fue encargada y llevada a cabo en 1733 por el arquitecto salmantino Luis González.

Realzan el interés del bello conjunto varias tallas barrocas en madera policromada: la imagen de la Virgen del Carmen, del siglo XVIII, en la calle central; San Francisco de Asís, obra de 1657, y San Pedro, también del siglo XVIII en la calle del Evangelio; Santa Clara y San Pablo en la de la Epístola, del mismo siglo.

Se remata todo con una gran talla en altorrelieve que representa la caída de San Pablo, con figuras de gran movimiento y dinamismo, situadas en la superficie que simula la semicúpula gallonada del retablo.

Como he comentado en alguna ocasión en mi itinerario estético retablístico, por razones de espacio no se le puede dedicar un artículo a cada retablo pero para paliar esto en alguna ocasión al menos dedico unas líneas para mencionar que es de notable interés en este mismo convento el retablo barroco que se encuentra en la capilla del lado de la Epístola, con un completo repertorio de elementos arquitectónicos, escultóricos y pictóricos, correspondientes a la etapa barroca clasicista de la primera mitad del siglo XVIII. Está formado por un banco con cinco óleos sobre tablas, representando a San Agustín, San Francisco Rey, Cristo de la Victoria y Santa Catalina.

Flanqueada por columnas y dentro de una hornacina se aloja una escultura de madera policromada que representa a Santa Isabel de Hungría. Se remata con una talla del crucificado, también policromado, y se completa con una pintura sobre tabla representando a la Virgen y San Juan. El conjunto es de hacia 1640.

Además de la visita cultural para disfrutar del retablo, también es agradable para el visitante degustar los manjares que elaboran sus monjas franciscanas.

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Convento de Santo Domingo

En este convento extramuros, fundado por Catalina de Saavedra y perteneciente al gótico tardío (XVI-XVII), que en su origen fue de la Orden de Predicadores y tras su expulsión pasa a ser de la Orden Franciscana, hallamos un bello retablo que se levanta en el presbiterio de la iglesia, articulado en banco y dos cuerpos de tres calles con cuatro columnas (en cada cuerpo) salomónicas decoradas con racimos. Hacia los laterales la decoración es de ángeles y motivos vegetales que arrancan de las cartelas que fechan el retablo: 1692.

En el banco hay varias pinturas sobre lienzo con temas de San Antonio Arzobispo de Florencia, San Alberto, Inmaculada, Santa Margarita y Santa Juana de Portugal. En el centro, en el primer cuerpo y dentro de una gran hornacina, una escultura de madera policromada de Santo Domingo de Guzmán, datable a mediados del XVIII, viste el hábito de su orden: túnica y muceta blancos y manto con capuchón negro, con el libro de la Regla en la mano izquierda. Dicha talla es debida seguramente a la gubia de Luis Salvador de Carmona, con cuya calidad técnica y bello realismo coincide.

Sobre esta imagen y ocupando el tímpano de la hornacina, una gran estrella de ocho puntas, atributo personal de Santo Domingo. A los lados, cuatro óleos sobre lienzo: los del lado del Evangelio se datan en la fecha del retablo y representan a San Francisco recibiendo los estigmas y San Alvaro de Córdoba; los del lado de la Epístola corresponden al año 1750 y representan la Estigmación de Santa Catalina y San Gonzalo de Amarante. En el segundo cuerpo observamos tres pinturas sobre lienzo, separadas por cuatro columnas salomónicas más pequeñas que las del primer cuerpo y Santo Dominicio. Aparece un Calvario en remate del retablo, del siglo XVIII, con crucificado del XVI. El retablo es de un cromatismo peculiar, un rojizo propio de la madera sólo con algunos elementos dorados.

A modo de pincelada sólo mencionar que desde la obra estudiada se puede apreciar, a los pies del iglesia y en el lado del evangelio, un sugerente retablo barroco de hacia 1710. En la hornacina, una imagen moderna de San Antonio de Padua. Un relieve que representa a San Martín remata el retablo. Dicho remate se convierte en una estructura piramidal debido a las volutas de enlace de los laterales. En el cénit, una pequeña corona.

En su visita el espectador puede deleitarse con otras obras de arte de la retablística, a escasos metros se levanta, también en el lado del Evangelio, un hermoso retablo rococó. Y en el de la Epístola otro retablo con detalles rococó de 1760.

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Iglesia de San Mateo

En lo más elevado de nuestro casco histórico nos encontramos con la Iglesia de San Mateo, milenarias piedras de elocuente belleza que guardan en su interior un hermoso retablo situado en el presbiterio y realizado en madera sin policromar. Es una obra rococó realizada por Vicente Barbadillo entre los años 1765 y 1778. Hay un detalle con el cual no estoy de acuerdo: el historiador J. R. Mélida, en su Catálogo Monumental de España decía que carece de importancia. No me parece acertado. Aunque no sea una obra mayor, su valor radica en la propia arquitectura, organizada en tres calles y tres cuerpos con columnas de fustes acanalados, con decoraciones varias y capiteles corintios, rocallas..., no faltando diversas molduras o frontones que se reparten en su cenit. Se añaden a la importancia del mismo imágenes contemporáneas en madera policromada.

En el primer cuerpo, en su centro, se abre un gran expositor de dos pisos sustentado por columnitas; en la pequeña hornacina superior, un Niño Jesús denominado de la Congregación del siglo XVIII. El expositor se halla rematado con una balaustrada de pináculos diminutos y una especie de templete cupulado.

En las hornacinas laterales del primer cuerpo del retablo aparecen la Virgen y el Niño, y al otro lado San José. En un segundo cuerpo, tres nuevas hornacinas: la central y mayor está ocupada por una gran talla de San Mateo (moderna) y en las laterales hallamos a San Juan Nepomunceno (1750) y San Pedro (del XVI). En el tercer cuerpo y en la parte central hay un crucifijo, enmarcado en una hornacina a modo de cerradura; y en los laterales dos nichos que cobijan las imágenes de Francisco y San Pedro de Alcántara (siglo XVIII).

Existe documentación en el libro cuarto de cuentas de Fábrica de San Mateo muy explícita que recoge el mandamiento para la erección del retablo, la captación de fondos, el desglose de gastos y la aprobación de la obra. Debió quedar realizado en su aspecto básico durante el año 1767. Fueron 28.561 reales los que se aplicaron a las obras del retablo. Transcurridos aproximadamente nueve años, se completó con la adicción de los costados, cuyo coste fue de 5.250 reales.

Cerca del retablo que acabamos de describir aparece otro mas pequeño en la capilla del lado del Evangelio que sobresale por razones iconográficas, un notable lienzo del Cristo de la Encina. Fue realizado por encargo de Pedro J. Topete y Barco y su esposa, Francisca Cayetana de Ulloa y Golfín. Enmarcado en un ancho arco de medio punto.

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Convento de Santa Clara

El retablo mayor (rococó y datado en 1750) es el elemento más destacado en el interior de la iglesia conventual de Santa Clara, ubicada extramuros, en las inmediaciones de la ya desaparecida Puerta de Mérida. Las obras se iniciaron en 1593 por Nufrio Martín y se terminaron en 1614. En su realización intervinieron, entre otros, Juan de Villoldo y Alvaro García.

La configuración del retablo mayor es de dos cuerpos y tres calles flanqueadas por columnas corintias estriadas con rocallas y espejos a los lados. En esta singular decoración destaca en un expositor una talla de marfil de Jesús Crucificado; a sus pies la Virgen, ambos dorados y policromados.

El primer cuerpo del retablo está constituido por tres hornacinas, la central mayor de tipo palladiano, y decorada en sus bordes por secciones rectangulares de espejos. En el interior podemos contemplar una hermosa talla policromada de Santa Clara. Y a su lado sendas tallas representando a San Francisco y San Antonio.

El segundo cuerpo, con tres hornacinas; la central rectangular, cobijando una Virgen de la Inmaculada. El retablo se remata con otra muy bien dispuesta y coronado con un frontón triangular y recargadas decoraciones barrocas que van siguiendo los bordes de este retablo de forma piramidal. En el lado del evangelio hallamos un retablo clasicista bien dorado y datable hacia 1600. Consta de una sola caja con dos pilastras estriadas y frontón recto. Es de destacar un Crucificado moderno.

En este mismo lado del Evangelio, contrastando con el estilo clasicista del anteriormente descrito, se puede contemplar ahora un retablo de estilo rococó, de traza parecida al que el retablo mayor, sin embargo el primero se dota de un dorado ligero y este colateral sin embargo es de un dorado intenso, bien dorado en la terminología retablística. Consta de un solo banco, un cuerpo y un remate, datable hacia 1750.

El visitante encontrará ahora en el lado del la Epístola un retablo de medianas proporciones. Es de estilo barroco y arquitectura sencilla, con dos columnas corintias clasicista y estriadas y coronado con un frontón triangular quebrado en sus ángulos. En los tres ángulos del frontón se culmina con tres tipos de pináculos, formados por un pedestal, una bola y un cono puntiagudo. Sobre el banco y junto a las columnas sendas espirales que se enroscan hacia dentro rematando los laterales. En el mencionado banco destacan dos pequeños lienzos de 1625, uno representando a San Pedro de Alcántara y otro de un santo obispo (posiblemente San Buenaventura).


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Capilla de San Miguel

Tras una verja de hierro policromado del siglo XVI (1551), con decoración de rosetas y escudo de los Carvajal en el remate, hallamos en uno de los laterales de la concatedral la capilla de San Miguel o de los Blázquez-Figueroa, en cuyo interior guarda un pequeño pero no por ello menos hermoso retablo barroco datado hacia 1750, bien dorado, alzado sobre un pedestal de piedra. Es de un solo cuerpo y con un pequeño banco.

Cuatro son sus columnas, las de los exteriores sumamente decoradas, las dos interiores balaustradas, casi a modo de candelabros. Las cuatro columnas situadas perspectívicamente dan la impresión de formar un baldaquino sujetando una semicúpula en cuyo interior vemos los nervios y una profusa decoración que a modo de vegetación sobrepasa los bordes de la semicircunferencia coronado con un pequeño remate.

En el centro del retablo se observa una hornacina de no mucha profundidad, cuyo arco de medio punto simula una concha. En su interior y sobre un pedestal (que forma parte del banco) se halla una imagen de San Miguel Arcángel en madera policromada. Figura de gran movimiento, bello escorzo que se sostiene sobre la pierna izquierda, con la cual pisa a un demonio retorcido; con la mano derecha levanta una espada. A este Arcángel venerado por la Iglesia desde los primeros siglos del Cristianismo el profeta Daniel lo representa como uno de los príncipes de la milicia celeste. San Judas en su epístola, alude a una lucha que sostuvo con el demonio, momento que se representa en el retablo que nos ocupa.

De efecto ilusionista y emocional, impresiona por su verismo, por la fuerza dramática que condensa, por la expresividad comunicativa. Se consigue pues lo que se pretende en el germen de la estética retablística, que no es otra cosa que el fiel que contempla la escena se sienta testigo y parte del drama representado.

A través de una delicada factura, suscita en el fiel un cúmulo de sensaciones que ensanchan y vigorizan su religiosidad, exaltan los sentidos, elevan el espíritu y llenan de paz y armonía un momento sutil y de bello recogimiento.

Al igual que todos los retablos de la concatedral de Santa María, ha sido restaurado con esmero, de acuerdo a las últimas técnicas.

No es posible por cuestiones de espacio, pero sin duda merecerían un artículo propio los dos retablos marianos de la nave de la Epístola, en el segundo y cuarto tramo del templo, de estilo barroco y dignos de ser mencionados tanto por su delicada factura como por su historia y persuasión estética.

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Santuario de la Montaña

Dominando la ciudad nos encontramos el Santuario de Nuestra Señora de la Montaña, declarada patrona de la villa en 1668. En el siglo XVIII se acuerda por parte de la Cofradía, concretamente un 25 de abril de 1724, la realización de un retablo. Este debió otorgarse entre los donantes y José de Churriguera. Es muy posible que trabajase en él Manuel de Larra y Churriguera, que en 1726 estaba en Cáceres al serle encargada la construcción del Arco de la Estrella, por el Conde de la Enjarada. "Porque en adelante no conste en libro, cuando ni como se hizo el retablo que hoy tiene la ermita; se previene le contestaron y mandaron hacerse en Salamanca con beneplácito del obispo D. Sancho Antonio de Velunza; los señores D. Juan de Carvajal y Sande, conde la Enjarada; D, Fernando de Aponte, Marqués de Torreorgaz y D. García Golfín del Iguila... Que con portes de su conducción costó dieciseismil reales ".

En este retablo ha cristalizado todo el churriguerismo con su fogosidad de estilo y variedad fecunda, donde las líneas arquitectónicas no existen, cubiertas por la exuberancia de los adornos. En el cuerpo inferior, que es el equivalente al banco de los retablos del Gótico y Renacimiento, se abren dos puertas de doble hoja que dan paso al camarín de la Virgen; estas tiene el mismo trazado y labor que las de Leganés.

En su segundo cuerpo, separado del anterior por una cornisa cortada por el manifestador, sobre las que se levantan cuatro columnas sostenidas por ménsulas talladas, salomónicas las centrales y dóricas las otras, pero cubiertos los fustes con profusión de hojas, entre uno y otro intercolumnio existen dos hornacinas coronadas por dos angelitos tenantes.

Entre las centrales se abre un arco de medio punto para la colocación de la imagen. En el tercer cuerpo, donde se encuentra la imagen de la Virgen coronada por las figuras en altorrelieve del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Termina en un magnífico escudo coronado con el anagrama del Ave María.

En cuanto al tallado de la Virgen de la Montaña, se ubica entre los años 1620 al 1626, y es a juicio de Orti Belmonte una talla elaborada en un taller probablemente sevillano y obra de un artista desconocido. Es de madera de nogal cubierta con una capa toda yesosa sobre la que va la pintura del estofado de oro. Es de cuerpo entero sobre peñas terminadas en prismas. El Niño Jesús está en su brazo izquierdo, el cual mira a la madre con amor y ella a los devotos.

Es la imagen de la Virgen que solía hacerse en el siglo XVI. Se buscaban los efectos de ternura y dulzura propios de las vírgenes sevillanas de Mesa y Montañés. El artista marcó con su buril y gubia la mas bella coronación de la Virgen.

El día 9 enero de 1996 se retiró de la hornacina para restaurarla en el camarín. Esta se llevó a cabo por Gracia Sánchez y Angeles Penis con gran acierto para satisfacción de todos lo cacereños, pues cada uno cree en esto o en lo otro pero hay algo en lo que creemos todos: en la Virgen de la Montaña.

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Ermita de la Paz

El retablo que hoy nos ocupa está ubicado en una ermita especial para los cacereños: la Paz, reconstruida en el XVIII sobre los restos de una ermita renacentista del XVI. Emerge airosa en nuestra Plaza Mayor, adosada a la Torre de Bujaco, lo que supone para nuestra ciudad un encanto especial. Accedemos a través de su artística reja, obra de Juan de Acedo en 1756 donde se aprecia el anagrama IHS y el águila bicéfala de los Austrias. En 1726 la cofradía inicia gestiones para construir una ermita solicitando del Concejo cacereño los 600 reales que tenía de derechos de carnicería de la feria para pagar a los administradores reales, pero la feria fue declarada franca y nada pudo lograrse.

Será en 1731 cuando se lleva a cabo la cesión de la antigua ermita de San Benito (ocupaba el mismo tramo que la actual) y en 1732 se nombra mayordomo a Alonso José Conejero y Molina, cura de santa María, los diputados comisionados fueron Rodrigo de Ovando y Godoy, Alonso Moruno Estopina, Juan Durán Roco y Fernando Solís y Vera. Rigen otras mayordomías en posteriores años, como el abogado Andrés José del Hierro Ojalvo y José de Cáceres Quiñones y Vela. Este segundo se encarga de adquirir el retablo de talla dorada de Nuestra Señora que vendían los frailes de San Francisco, ya que la cofradía no tenía fondos para comprar uno nuevo. El 11 de diciembre los cacereños pudieron admirar por primera vez la imagen de Nuestra Señora, llegada a la ciudad en este día. Es la misma que hoy se venera en la ermita: talla de madera dorada y policromada, hermoso y elegante ejemplar de depurado barroquismo.

En su segunda fase, en 1759, el mayordomo Joaquín Jorge de Quiñones y Aldana regala un nuevo retablo --el actual-- puesto en sustitución del primitivo. En 1763, siendo mayordomo el Marqués de Torreorgaz, se encarga al pintor José Galban cuatro cuadros de los cuatro evangelistas que se destinan al adorno de la cúpula central. Construyó los marcos y cenefas de enlace el tallista Vicente Barbadillo. Todo costó 1.136 reales. Francisco Javier Gutierrez construyó las repisas y doseles que importaron 280 reales. A estos adornos hay que añadir los de yesería que se pueden admirar hoy.

La belleza del templo y la devoción a la Virgen, cada vez mayor, habían hecho de esta ermita uno de los lugares preferidos por la sociedad cacereña. Por eso en 1774 se estableció misa todos los domingos y festivos, costumbre que siguió hasta muy adentrado el siglo XIX. De este lugar salía antiguamente la procesión de la Bula, hasta Santa María.


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Iglesia de Santiago

En su género es la obra de arte más importante que posee Cáceres y la postrera que ejecutó el insigne Berruguete. Ocupa este maravilloso retablo el fondo del ábside dedicado a Santiago de los Caballeros. Reedificada la Iglesia de Santiago de Cáceres de 1554 a 1556, se contrata el 24 de noviembre de 1557 el retablo mayor. Berruguete está en esta fecha en Cáceres y convienen en que el retablo sea de madera de nogal y según la traza o rasguño que el artista presentó de la mitad de él. Que la talla vaya "muy enriquecida y muy labrada". La terminación de la obra se acuerda que sea para el año 1560, fijando el precio en 3.000 escudos. Sale de Valladolid el retablo en 16 carretas y 40 bueyes. En el trayecto sufre desperfectos en dorado y pintura.

Berruguete, cambia radicalmente la concepción arquitectónica, desaparecen las menudas gracias platerescas, aparece un arte mas sobrio, monumental y plástico en congruencia con detalles arquitectónicos italianos y franceses. En este retablo se manifiesta Berruguete como un hombre de su tiempo.

El tono opaco que tiene hoy el retablo es consecuencia de las lluvias sufridas en el trayecto. Se encuentra dentro de una bella armazón arquitectónica: dos grandes columnas corintias, fuste estriado con motivos florales en la parte superior y con parejas de jóvenes afrontados con ese ritmo de ballet propio de Berruguete.

En los ángulos del ochavo hay unas carátulas que serán las primeras formas de la estípite, decoración muy italiana y que en España encontramos en las orgias plásticas de Villalpando. De la mano del maestro, del propio Berruguete, son los dos grandes relieves del banco de San Juan Evangelista y San Mateo, ambos recostados. Son imágenes con gesto arrebatado, pliegues pegados al cuerpo, ropajes muy fluyentes. Son, en fin, fisonomias barrocas. Tiene dos grandes columnas coronadas por niños con escudos de los Carvajales. Con perspectiva análoga, está el panel lateral paralelo al de la Resurrección y en el centro la Virgen en grave y mayestática figura con frondoso manto en pliegues solemnes. Corona el retablo el Calvario con la figura de Cristo menos patética y retorcida mirando a la Virgen, de una expresividad mas concentrada.

La talla no justifica los dicterios de Orueta, hay trozos hermosos y otros muy débiles sobre todo en los fondos. Sí podemos decir que en todos los paneles se advierte la genialidad de Berruguete, si no en la ejecución, si al menos en los proyectos.


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Iglesia de San Francisco Javier

Por iniciativa del cacereño Francisco de Vargas y Figueroa se fundó este monumental conjunto barroco en 1698. La iglesia de San Francisco Javier o de la Preciosa Sangre se sitúa junto al colegio que fue Compañía de Jesús. Se bendijo en 1752 pero poco tiempo disfrutaron los jesuitas de estas instalaciones, pues tuvieron que abandonar la ciudad por disposición real en 1767. En el interior del templo destaca el retablo mayor, que es de tipo cascarón , anexionándose a las paredes del presbiterio como un guante. El retablo es rococó y bien dorado, de un cuerpo con banco, tres calles y remate, con columnas de orden gigante, estriadas y con rocallas en su centro, todas de orden coríntio.

Las dos columnas centrales sujetan un entablamento con friso, decorado con guirnaldas y triglifos, así como metopas salientes; sobre un frontón curvo, roto por el empiece de lo que va a ser el remate, pues aparece toda una nube con ángeles y querubines que sustentan una bella talla de la Inmaculada. En los laterales observamos sendos pares de columnas con sus entablamentos y molduras, que en lugar de unirse con los centrales se rompen y forman cuerpo aparte dando una mayor sensación volumétrica y de movimiento.

Toda esta trayectoria arquitectónica finaliza en su parte mas elevada en una media cúpula gallonada, con sus nervios y decoraciones vegetales. En la parte baja del retablo, un gran expositor sujetado por cuatro columnas a modo de templete y con un entablamento curvo; en su interior un crucificado. Encontramos esculturas policromadas en la calle del Evangelio pertenecientes a San Bernardo y San Luis Gonzaga. Y en la calle de la epístola, imágenes de San Francisco de Asís y San Vicente Ferrer. Toda la arquitectura y escultura es de mediados del XVIII. El retablo está fechado en 1753.

Un lienzo apaisado y pintado al óleo es el motivo principal del retablo que ocupa el centro de la arquitectura, concretamente encima del expositor y marcado entre las dos columnas centrales, representa un milagro de San Francisco Javier, que por su fantasía, color, contrastes de claroscuro se atribuye a la Escuela Napolitana (aparece firmado Paulus de Manhei,fecit. Neap ).

Es un hermosísimo telón de fondo escénico, el mejor discurso para el fiel. Ante este instrumento pedagógico de la liturgia católica nos sentimos atraídos por la narración a través de imágenes plásticas sobre los principales misterios y episodios del cristianismo.


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Concatedral de Santa María

Iniciamos en la concatedral de Santa María nuestro recorrido por los retablos, para el que la autora ha contado con la inestimable ayuda documental de investigadores de la talla de Ordax, C. Aznar y, sobre todo, del profesor de la Uex F. García Mogollón. Templo de finales del XV y principios del XVI, se advierten en él detalles de las últimas décadas del XIII. Su retablo mayor es un conjunto renacentista realizado por Roque Balduque y Guillén Ferrant entre 1549 y 1555. Sobre estos maestros imagineros existen pruebas documentales. Figuran los nombres de Roque Balduc --que como indica Gestoso en su Diccionario de los artífices es uno de los que florecieron en Sevilla (t.III,p.91)-- y Guillen Ferrant --que acaso sea el imaginero Diego Guillén, que también trabajó en la capital hispalense--.

Ambos escultores fueron llamados a Cáceres para la obra del retablo de Santa María y el 20 de agosto de 1547 les fueron otorgadas las escrituras al efecto ante el escribano Cristóbal de Cabrera, con Diego de Figueroa y otros como testigos. Era mayordomo don Diego de Carvajal y los diputados Francisco Solís, Lorenzo de Ulloa Porcallo y Francisco Godoy, que son los promotores del retablo, cuyo coste una vez colocado fue de 635.650 maravedís, unos 1.600 ducados.

Es una obra de talla de estilo plateresco y ocupa los tres planos del fondo del ábside de la nave central. Quedó sin pintar ni dorar y por eso se aprecia mejor la finura de su talla. Se alza sobre un basamento de piedra con una faja de mármol de Estremoz. Los temas de los doce relieves de los costados son diez de ellos los misterios de la Virgen y del Señor, y dos a los extremos de la parte baja son San Jorge (en el lado de la Epístola) y Santiago Matamoros (en el lado del Evangelio), ambas figuras ecuestres, entre varias, venciendo uno al diablo y otro a los moros, nota caballeresca muy expresiva en una ciudad reconquistada.

El hueco inferior del centro lo ocupa hoy un tabernáculo barroco con columnas salomónicas, que se alza sobre el Sagrario. La crestería es de adorno con figuras accesorias. Sin duda, una obra maestra con sello Roque Balduque, considerado durante la primera mitad del XVI la figura más importante del retablo plateresco sevillano. En cuanto a la iconografía es cristífero, mariano y hagiográfico, siendo su ritmo compositivo: c-C-B, a-A-a, B-C-c.

Su estado de conservación es bueno ya que fue minuciosamente tratado con motivo de las medallas al mérito al trabajo en Bellas Artes, que entregó en la concatedral el Ministerio de Cultura, con la asistencia de los Reyes de España.

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