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sábado, febrero 09, 2008
Cofradías de los Siglos XVI y XVII
Real e ilustre cofradía de la Santa y Vera Cruz
Real cofradía de la soledad y Santo Entierro
Pontificia y Real cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Misericordia
Real e ilustre cofradía de la Santa y Vera Cruz
Nacida bajo los auspicios de la Comunidad Franciscana, guardiana del Convento de San Francisco el Real Extramuros de la Ciudad de Cáceres.
Las más antiguas Ordenanzas de esta Cofradía que se conocen son las formadas el día 3 de mayo de 1521, por la llamada vulgarmente Cofradía de la Vera Cruz, frase que puede considerarse como prueba de que ya existía, aunque no estemos en condiciones de asegurar, con tan endeble argumento, si existían otras regias anteriores o hasta entonces se habían seguido otras consuetudinarias.
Fue la primera y única cofradía “ de sangre”, disciplinantes, existente en Cáceres. En la época de su fundación, la cofradía contaba con veinticinco caballeros, portadores de hachas, y treinta y cinco disciplinantes. Entre los primeros, se encontraban los apellidos más ilustres de la Villa, sin que faltase inscrito en ella un nombre, que pocos años después tuvo un destacado papel en América, es el caso de Álvarez Holguín , sobresaliente paladín de Francisco Pizarro; o Francisco de Paredes, quien es sus días juveniles había sido paje de Isabel la Católica.
Por su parte, el pueblo llano (tejedores, zapateros, tundidores, hortelanos, zurradores y, hasta el cantero Diego de Roa) engrosaba el grupo de los Disciplinantes.
Álvaro de Paredes deja para gastos de cera y otras cosas, el remanente de su fortuna.
En aquellos años del siglo XVI, en la tarde del Jueves Santo, todos los cofrades concurrían a San Francisco, sin armas de ninguna clase, confesados, jurando ante el mayordomo y uno de los cuatro alcaldes, hallarse perdonados y contritos. Llevaban preparadas sus disciplinas y sus cuerpos despojados, cubiertas sus caras y exentos de cualquier signo por donde pudiera identificárselas. Todos debían asistir a la procesión, excepto los que, por enfermedad o por encontrarse a más de tres leguas de Cáceres, estaban imposibilitados para hacerlo.
Con sumo orden la procesión salía de San Francisco, iniciándose el cortejo con la Cruz, alumbrada por sendos hachones, portados por muchachos que cantaban, seis frailes ordenaban el cortejo que seguramente por la calle de Fuentenueva, marchaban hacia San Mateo, donde se rezaba de rodillas un Padrenuestro ante el Santísimo. Continuando por la actual cuesta de la Compañía, se llegaba al templo de Santa María, donde se procedía de igual modo. Por la de Tiendas y la cuesta del Maestre se alcanzaba Santiago, donde se procedía de igual forma, para, marchando por las calles de Godoy, Zapaterías, Plaza Mayor y Pintores llegar a la de San Juan donde se repetía idéntico acto. Este recorrido se mantuvo durante siglos, hasta el punto que llegaron a conocerlo nuestros padres.
Cuando la Procesión de los Disciplinantes retornaba al Convento de San Francisco, el mayordomo tenía preparadas esponjas y toallas para lavar las heridas, huellas de las disciplinas sobre las espaldas de los disciplinantes.
También tenía dispuesto queso y otras viandas con las que se ofrecía un ágape, previsto en las Ordenanzas, aunque esta colación fue suprimida desde los primeros momentos, así en el acuerdo tomado el 27 de marzo de 1523 se pospone hasta que la cofradía tenga tanta renta para ello y para los gastos que tiene.
En 1528, ante el subterfugio de no pocos, que se marchaban de la población durante los días de Semana Santa, para no disciplinarse, se amplió la distancia mínima exigida, para justificar la inasistencia a aquella procesión.
En el reinado siguiente, el de Felipe II, las cofradías adquieren nueva pujanza, llegando unas a invadir el campo de las otras, como ocurrió en la disputa mantenida por la Cofradía de la Vera Cruz y la de la Misericordia, en lo tocante a los entierros de los ajusticiados que el día 12 de junio de 1569, para quitar pleitos y diferencias entre ambas dos cofradías, se realiza una concordia, pues alegaba la de la Misericordia desde mil cuatrocientos noventa y siete años acá y muchos días antes había venido realizando la inhumación, honras fúnebres y sufragios de los ajusticiados, cuyos restos mortales les eran concedidos, previa solicitud a la Justicia, siempre que los ajusticiados no fuesen reducidos a cuartos o se ordenase que debían permanecer en el rollo. La concordia fue firmada por Diego de Castaneda como mayordomo de la Vera Cruz y Bias Sánchez de la Misericordia conviniendo que: cuando se ejecutase algún reo, ambas cofradías lo acompañarían, desde la cárcel hasta el rollo o palo. Con el Cristo de la Cofradía de la Misericordia al frente, acompañado por cofrades con hachas (dos de cada una de las citadas hermandades), se formaría el trágico cortejo. Aquellos cofrades, previamente, habrían pedido por calles y caminos. El caudal obtenido se dividiría por partes iguales para gastos de entierro y exequias, y, la otra mitad, para sufragios. En caudal obtenido se dividiría por partes iguales para gastos de sus restos en el rollo o palo, el dinero lo tomarían por mitades cada una de las cofradías postulantes para dedicarlo a sufragios por el alma del ajusticiado.
Bien por la intervención de personas de autoridad y prestigio, bien porque el buen sentido se impuso entre los responsables de esta Cofradía y la de la Misericordia, se llegó a un acuerdo amistoso, para realizar, durante treinta días, el planteamiento de un nuevo pleito, sobre asistencia a los ajusticiados.
El día cuatro de febrero de 1590 se designaron por los de la Misericordia sus representantes que al día siguiente llegaron a este acuerdo: La limosna obtenida se aplicaría a los gastos de sepultura y mortaja y lo que sobrase se repartiría por igual entre ambas hermandades. Exigiendo los de la Misericordia, como condición, que no asistiesen los de la Cruz a las exequias, ni fueran obligados a ello, pues sólo debían asistir los de tal cofradía y, si fuera necesario comprar alguna ropa para el reo, se pagaría entre ambas hermandades.
Se entró en conflicto con la del Cristo de Santa María, por lo que se refiere a celebrar la Fiesta de la Invención de la Cruz, pues la de la Vera Cruz reclamaba la exclusiva en Cáceres de tal festividad. La sentencia dada por el juez provisor (Coria 23 de diciembre de 1625 ) era favorable a que dicha cofradía celebrase tal fiesta. La sentencia fue recurrida por el mayordomo de la Vera Cruz, Francisco Jiménez Ojalvo, ante el Juez Metropolitano que dictó otra (Salamanca, 25 de mayo de 1626), estableciendo una sola Fiesta el 3 de Mayo, a organizar por la Vera Cruz, en el Monasterio de San Francisco.
Pese a las muchas circunstancias difíciles que en el devenir de los tiempos habían incidido sobre esta Cofradía, los siglos XVII ( en particular su ultimo cuarto) y XIX fueron especialmente duros para todas las cofradías, y en particular para la que nos ocupa.
Primero fueron las leyes dictadas por Carlos III, inspiradas por su ministro Floridablanca, dentro del paquete de reformas que presentó ante el Rey, se incluía la supresión de las procesiones de disciplinantes, que constituían la razón de ser y desde la fundación de ella, como de sus homónimas, principal manifestación de sus cultos externos.
El establecimiento en Cáceres, en abril de 1791, de la Real Audiencia de Extremadura, supuso la llegada de un estamento funcionaria¡ novedoso en la población, cuya presencia se manifestó en las relaciones de hermanos de nuestras cofradías ; así, en la que nos ocupa, tomaron carta de hermano, don Pedro Neyra Dávila, escribano de Cámara de lo civil y su esposa.
Después, y apenas superada aquella crisis de identidad, en el reinado siguiente, el de Carlos IV, un Real Decreto (19 de Septiembre de 1798), establecida la venta, en pública subasta, de todos los bienes raíces de las cofradías, cuyo caudal se colocaría a un interés del 3% en Real Caja de Amortización , que a duras penas, siempre con déficit, se aproximaba a los ingresos anteriores. Pero pronto se olvidaría la Real Hacienda de aquella obligación que en el siglo siguiente en pocas ocasiones se hizo efectiva, dando lugar a una larga serie de infructuosas reclamaciones y lamentos, por la precaria situación económica en que quedaron estas asociaciones religiosas.
Aquellas viñas en el Casar, inmuebles en las calles de Nidos, Sande, Parras, Gallegos, Arco del Rey, Fuente Nueva Plaza Mayor, la Sierpe, Puerta de Mérida, hierbas de la dehesa de la Coraja y la huerta del Rol en la Ribera de Cáceres le habían venido produciendo el caudal suficiente para cumplir con sus obligaciones estatutarias.
A finales del siglo XVII sabemos que los hermanos de carga de la Vera Cruz tenían túnicas negras, mientras que los que llevaban hachas y velas las tenían “de cola”. La intromisión de los poderes civiles en la vida interna de las cofradías se hace incesante. Los corregidores asisten a las juntas generales de estas, cuando en ellas se iba a proceder a la elección de cargos o a la aprobación de cuentas.
Constituyendo esta asistencia un nuevo gasto, dado que la misma era pagada.
Por otra parte el poder civil apremia a las cofradías en el cumplimiento de antiguas Leyes, como la que estipulaba la sanción real para la aprobación de sus estatutos. De tal modo que se ven en la necesidad de redactarlos de nuevo, dando paso a las innovaciones que en sus unos se les habían impuesto. Así la cofradía que nos ocupa, la pionera en presentar nuevos Estatutos, los forma en su Junta General, celebrada el 28 de octubre de 1804, que debidamente informados por la Junta Suprema de Caridad y la Real Audiencia Provincial, fueron aprobados por el Real Consejo el 23 de junio de 1806.
Lo más novedoso del nuevo ordenamiento fue la desaparición de todo lo que se refería, en el anterior, a la práctica de la disciplina. Sin embargo se preveía celebrar una nueva procesión el día 3 de mayo, Fiesta de la Invención de la Cruz, con la imagen de Santa Elena, la madre del Emperador Constantino, por haber sido ésta la que patrocinó en el Monte Calvario las excavaciones que dieron lugar al descubrimiento de la Cruz y otros instrumentos de la Pasión. También se asignaban treinta reales al Corregidor por cada vez que presidiera las juntas de la Cofradía. En 1804 se reparten entre la Comunidad Franciscana y los cofrades asistentes a la procesión 981 reales, en sustitución del agasajo que habitualmente se les ofrecía, por haberse reducido a dinero el que antes se daba en vino.
A pesar de la infelicidad reinante (que origina entre 1807 y 1808 la devolución de numerosas cartas de hermanos, a los que se les resarcía de su importe), se adquiere la actual Cruz de Guía, realizada en madera por Sebastián Paredes, pintada y barnizada por Tomás Hidalgo, siendo el platero Alonso León el encargado de confeccionar los remates y el título.
Por su parte se adquirió para la Ermita del Humilladero, que pertenecía a la Cofradía, una nueva imagen de Nuestra Señora, que sustituiría a “del Madroño”, reiteradamente mandada enterrar en las visitas episcopales.
Toda la vida de la Cofradía como la de la propia Nación se va a ver profundamente alterada con la Invasión Francesa. Las procesiones penitenciales de 1809 se suspenden ante la noticia, dada por el espía de la Junta Provincial, don Isidoro Montenegro , afirmando habían salido de Arroyo un contingente de tropas francesas con dirección a Cáceres.
Pero fueron sin duda los momentos más difíciles para la Cofradía, dentro de aquella Guerra, los vividos en 1811; del 12 de octubre a los últimos días de aquel mes. La ocupación de Cáceres por parte de las tropas de Girard, cuyas depredaciones parecieron incidir con más furor sobre los edificios religiosos, situados en las inmediaciones de la población y al borde de la Vía Lata, o Camino de Andalucía; así del Convento de San Francisco hubieron de sacarse las imágenes y otros efectos que se llevaron a la Ermita de la Soledad. Desgracias que no vinieron solas pues a ellas se sumó la suspensión del pago de los intereses devengados por las cantidades impuestas en la Real Caja de Depósitos.
Sin embargo en el transcurso de la Guerra de la Independencia se celebraron procesiones; así en 1811, aunque hubo de recurriese al arbitrio de pagar a dos hombres para llevar las imágenes del Jueves Santo, por lo que no nos extraña que en 1813 se exonerase a Agustín Solana del pago de la carta de hermano con la carga de llevar el Jueves Santo una de las imágenes del Señor del Huerto o de la Columna.
Si los invasores franceses se cebaron, en octubre de 1811, sobre el Convento de San Francisco, en otro octubre, el de 1823, fueron los parciales del empecinado los promotores de nuevos destrozos que no parece afectaron al patrimonio de la Cofradía de la Vera Cruz.
Pero en este cúmulo de desgracias llegó una nueva: la desamortización de Mendizábal. Por Real Orden de 11 de octubre de 1835, se clausuraba el Convento de San Francisco y la Cofradía de la Vera Cruz, tras más de trescientos años canónicamente establecida en él, se vio forzada a abandonarlo, para nunca más volver.
Para la procesión de 1837 el obispo diocesano ordenó la asistencia a la misma de todos los sacerdotes de las cuatro parroquias que así suplirían a los frailes del extinto convento franciscano.
Las Guerras entre Cristianos y Carlistas, entre Liberales y Tradicionalistas , obligaron a construir determinadas fortificaciones en la Plazuela de San Mateo, punto estratégico de observación y defensa, que impedían el tránsito de la procesión, obligada, en 1838, a salir desde Santa María, alterando su habitual itinerario.
En ese mismo año el Boletín Oficial de la Provincia, del sábado 3 de marzo, relacionaba los bienes del extinto convento de San Francisco, con vistas a su pública subasta, y entre ellos los pasos del Señor Orando en el Huerto y el del Atado a la Columna, especificando que los mismos se encontraban en la Ermita de la Soledad, sin que sepamos como se libraron de tal peligro.
Aquellas circunstancias y el consiguiente cambio de itinerario permanecieron en 1839. Mientras que en 1840, el año del hambre del XIX la pertinaz lluvia de aquel Jueves Santo obligó a suspender la procesión de esta Cofradía.
La asunción de la Beneficencia por el Estado dio lugar a la Ley de 2 de septiembre de 1840, que fue soslayada por la cofradía, defendiendo su pervivencia, al hacer constar que, entre sus obligaciones, la Cofradía tenia la de asistir a los entierros de los que mueren en el Hospital Civil (obligación que compartía, en turnos de tres meses, con la del Nazareno, Soledad y Caridad, lo que justificada su existencia en virtud de lo expresado en el artículo 6, disposiciones 1 y 2 de aquella misma ley).
Mientras, los obispos diocesanos seguían procurando la mayor solemnidad de la Procesión del Jueves Santo, disponiendo que los oficios de la tarde de dicho día se efectuasen tras la celebración de dicha procesión, a fin de que todo el clero parroquia asistiese a ella.
Los compromisos del Estado, relativos al pago de la renta del 3% procedente de los bienes depositado en la Real Caja de Amortizaciones, no se cumplían. Ello obligó a la Vera Cruz a nombrar un agente en Madrid, don Robustiano Boada, para que hiciese una serie de reclamaciones en la Dirección General de la Deuda Pública y demás dependencias del Estado.
En su procesión del Jueves Santo de 1880 presentó esta Cofradía una novedad digna de registrar: al consabido trompetero que habitualmente acompañaba musicalmente estos cortejos profesionales ( hasta los primeros años del presente siglo en que lo hacía uno de sobrenombre “Cantares” y de oficio enterrador). Se sumó una Banda de Música, la de la Excma. Diputación Provincia, formada con educandos procedentes de los Colegios Provinciales, y dirigida por don Francisco Cisneros. Cobrando por su asistencia 50 reales.
En este orden de cosas hay que destacar: La organización, también por los de la Vera Cruz, de un Miserere con orquesta incluida. Sin embargo la carencia de cofrades era evidente, al menos de personas pertenecientes al pueblo llano, lo que obligaba a gratificar con cinco pesetas a los encargados de portar las imágenes.
En los comienzos del presente siglo una serie de donaciones renuevan las imágenes de dicha Cofradía, así la del Señor Orando en el Huerto que desde talleres de Barcelona, donde fue tallada, llega a Cáceres en 1905.
Del mismo modo que en 1913, doña Adela Carvajal dona la talla de Jesús Amarrado a la Columna obra del escultor, de escuela madrileña, Francisco Font.
En 1935 se estrena el Paso del Beso de Judas o Prendimiento, procedente de Valencia. Durante muchos años fue el más monumental de los pasos de misterio de la Semana Santa Cacereña.
El 3 de mayo de 1953 se procesiona, por vez primera, la imagen de la Dolorosa de la Cruz, réplica de la vallisoletana de Gregorio Hernández, tallada por el escultor de la capital castellana por Antonio Vaquero y donada por el que fuera a lo largo de muchos años director espiritual de esta cofradía y párroco de San Mateo, don Santiago Gaspar.
Cuenta en la actualidad esta cofradía con ochocientos cuarenta y cinco hermanos que visten túnica morada, ceñida con cordones de lana roja y negra. Llevando los de escolta escapulario blanco con una gran cruz por delante y capuchón rojo que sustituyó en mil novecientos cincuenta y dos a los, desde hacía muchos años utilizados: Verdes, que escoltaban al paso del Señor Orando en el Huerto. Rojos al del Beso de Judas. Y morados al del Amarrado a la Columna.
Desde 1997 ha incorporado a su desfile procesional la imagen del Cristo de la Expiración, bella talla gótica del siglo XV.
http://www.terra.es/personal6/santavcruz/
Arriba
Real cofradía de la soledad y Santo Entierro
Tal vez, desde el primer tercio del siglo XVI, existía la piadosa costumbre de subir hasta el lugar y ermita del Calvario, para oír el Sermón del Domingo de Pasión, y el Viernes Santo para escuchar el Sermón de la Soledad.
Prácticas piadosas que, me atrevo a sugerir, comenzaron a impulsos de los frailes del vecino, y más arriba citado, Convento de San Francisco el Real, pues, más adelante, se dirá cuántos fueron los vínculos que unieron, desde 1582 a dicha Comunidad y esta Cofradía.
En efecto, el 28 de noviembre de 1582, el obispo de la diócesis don Pedro García de Galarza se erige en fundador y patrono de la Santa Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad del Monte Clavario, a la que unió los bienes de la Cofradía de San Antón, entre los que destacaba una casa en la calle de Peñas.
A la vez, nombrada la primera junta rectora de esta hermandad, porque la muchedumbre trae confusión su señoría elegido de los dichos hermanos por oficiales que la rijan, consignando los nombres y cargos. Fue su primer mayordomo Hernando Cambero Valverde.
En las mismas ordenanzas se establecían tres procesiones durante la Cuaresma y la Semana Santa: La primera a celebrar el Domingo de Pasión. Los cofrades, saliendo a las doce de la mañana, llevaban en unas andas Nª. Sra. de la Soledad, predicándose un sermón por un padre franciscano, volviendo la procesión a Santa María.
El Viernes Santo, después de medio día, se formaba en Santa María otra procesión que subía hasta el Calvario, predicándose allí el Sermón de la Soledad, por el mismo franciscano, trayendo profesionalmente hasta dicho templo la imagen de Nuestra Señora, cubierta de luto.
Permanecía Nuestra Señora en Santa María hasta la mañana del Domingo de Resurrección, en el que, tras la predicación de un fraile dominico, se trasladaba la imagen profesionalmente hasta su ermita.
Entre el siglo XVI y XVII la Ermita del Calvario debió ser objeto de grandes reformas o tal vez de una casi total reconstrucción, pues con fecha 14 de enero de 1602, el obispo Galarza comisiona, desde Coria, al párroco de Santa María y vicario eclesiástico, don Francisco Pacheco, para que procediese a la bendición de dicha ermita.
En 1635 el mayordomo de esta cofradía, Pedro García Laso, y el Padre Guardián del Monasterio de San Francisco, Fray Alonso Flores entraron en conflicto; al encargar, el primero, a los Dominicos la predicación de los tres sermones a celebrar en la Cuaresma y Pascua de Resurrección.
Para evitar el escándalo que supondría privar a los fieles del sermón que se celebrada en el Calvario el Domingo de Lázaro, y el desconsuelo espiritual a los vecinos de esta villa y forasteros (¡los primeros turistas de nuestra Semana Mayor!), que concurren a la grande devoción que hay en el Monte Calvario.
Se dictó orden por la que el sermón lo predicaría el Guardián de San Francisco, Fray Alonso Flores... tal se comunicó en la misma mañana de aquel Domingo (25 de marzo) al párroco de San Mateo.
En el siglo XVIII surgen litigios con la Administración, cada vez más dispuesta a gravar los bienes de las cofradías, invocando constantemente en su defensa el artículo VII del Concordato firmado por el Rey de España y Clemente XIII.
En 1747 esta Cofradía habrá de abordar una obra de consolidación de la Ermita, que se encargó al alarife garrovillano, Pedro Sánchez Lobato.
Por estos años tenemos constancia de la presencia de una imagen del Resucitado en la procesión del domingo de Resurrección. Contaba entonces la Cofradía con veintisiete caballeros, siete hermanos que portaban la imagen de N a .S’. de la Soledad y veintiún hermanos de luz, ya que el Santo Sepulcro era portado por caballeros.
En el siglo XVIII las corrientes antirreligiosas comienzan a hacer mella en nuestra población y la piadosa costumbre de subir hasta el Calvario, rezando el vía crucis o el rosario, al caer la tarde, e incluso en las primeras horas de la noche, se vio perturbada porque en el camino se mezclaban con las personas piadosas gente de otro jaez, provocando altercados y escándalos en los alrededores de la Ermita. Lo que determinó que el Obispo, el 23 de marzo de 1765 ordenase que tras la procesión con imagen de Nª Sra. De la Soledad, el Domingo de Pansión, se trajera hasta San Mateo, donde quedaría expuesta a la veneración de los fieles, tal se había venido haciendo con anterioridad en la Ermita del Calvario. Decisión, la del obispo diocenaso don Juan García Álvarez, que fue contestada con rapidez. Y, moderándose aquella, en el sentido de consentir la exposición de la imagen en la Ermita del Calvario, pero con la condición de no permitir a ninguna mujer salir de la muralla de la Villa después de anochecer, con pretexto de ir a visitar a Nuestra Señora, ni a hombre con máscara o cualquier otro disfraz.
Mientras tanto, en 1773, tras no pocas peripecias continuaban las obras de reconstrucción de la Ermita de la Soledad. Levantando las bóvedas que hoy cubren la nave del templo, obligando a reforzar el muro lateral de la Ermita, que da a la calle de Fuente Nueva; concediendo el Ayuntamiento un trozo de vía pública para construir dos contrafuertes enfrente del antiguo Hospital de los Padres de NI. Sa. de Valbanera; solicitando también el terreno, que quedaba entre ellos, para construir en él una habitación, accediendo el Ayuntamiento a lo solicitado, por acuerdo de 3 de agosto de dicho año. Pasando la Cofradía por no pocos apuros económicos, como consecuencias de dichas obras.
Veinticinco años después de la pretendida prohibición de que Nª Sra. De la Soledad permaneciese en la Ermita del Calvario, por los desmanes que en sus alrededores se producían, otro edicto, el 12 de enero de 1788, prohibió la ceremonia del Descendimiento, ordenando que el Sermón de la Soledad se predicase el Viernes Santo en la parroquia de San Mateo. Pero, al llegar aquel día, entre las once y las doce de la mañana, el párroco de dicha feligresía y varios cofrades se reunieron, decidiendo hacer procesión por la tarde con el Santo Sepulcro.
Comunicaron su acuerdo al Vicario y párroco de Santiago para que lo hiciera saber a los rectores de las otra parroquias. Conocedor el de Santa María de aquella decisión manifestó que no debía permitirse la tal procesión por ser nueva.
La procesión se celebró con la inasistencia de la parroquia de Santa María y de San Juan y salió a la calle sin conocimiento del Corregidor que no se atrevió a suspendería porque el pueblo ya se encontraba convocado en los alrededores de la Ermita, pero tomó diversas providencias, aunque no tuvieron efecto las multas que impuso si se verificaba por alzado de la mano a instancia de algunos sujetos.
El párroco de San Mateo prosiguió sus litigios, hasta el punto de no permitir de grado, ya que fue necesaria la intervención del visitador general de la diócesis, el que se trasladase, en la tarde del Sábado Santo, a Santa María la imagen del Resucitado para la fiesta, sermón y posterior procesión que desde aquel templo lo reintegraba a su Ermita.
El Real Decreto de Carlos IV (19 de septiembre de 1798), por el que las cofradías han de vender sus bienes y colocar los caudales obtenidos al 3 % de interés en la Real Caja de Amortización, supone el deshacerse de varias viñas que la cofradía poseía en Montánchez.
En el mismo reinado y en víspera de los sucesos de Aranjuez (diez días antes), que concluyeron con la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, se expide la Real Orden de 9 de marzo de 1808 que autorizaba las nuevas ordenanzas de esta cofradía.
En ellas se manifestaba que tal hermandad había sido fundaba por la Nobleza de la Villa, cosa que no es rigurosamente cierta. Su directiva estaría constituida por el abad del cabildo eclesiástico; mayordomo, del estado general; diputado – mayordomo; tres diputados perpetuos de la principal nobleza, con otros tres supernumerarios, para las ausencias; y cuatro oficiales del estado general, con voz pero sin voto, excepto en la elección de mayordomo, diputado – mayordomo y secretario.
Se mantenía la procesión del Domingo de Pasión sin grandes novedades, excepto la de que cuatro caballeros llevarían la imagen de Nª. Sra. de la Soledad, alumbrada por otros tantos de la misma clase. Al llegar al Puente de Concejo, serían reemplazados unos y otros por hermanos del estado general que conducirían la imagen hasta el Calvario. Parece como sí, en los últimos estertores de la sociedad estamental, en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen, se tratará por la nobleza de sostener hasta el extremo sus privilegios. En las Ordenanzas que comentamos, queda institucionalizada en la madrugada del Viernes Santo una nueva procesión que , con hachas y velas subía al Calvario, procesionando la imagen del Cristo Yacente que, sacerdotes, designados por el Abad, colocarían en la Cruz, mientras los cofrades actuarían de igual modo con las imágenes de los dos ladrones. Se seguiría celebrando la Procesión, que presidida por el Corregidor, acompañado de los alguaciles, subiría hasta el Calvario, para asistir a la ceremonia del Descendimiento.
Cuando no lo permitiese el tiempo, se llevarían el Santo Sepulcro y Nª. Sra. de la Soledad a la Ermita de la Paz, desde donde se procesionarían hasta Santa María, predicándose allí el sermón de la Soledad. También estipulaban estos estatutos la asistencia de los Frailes Franciscanos a estas procesiones, con la condición de que los cofrades de la Soledad asistiesen a los entierros de los profesos que fallecieran, siendo habitantes del Convento.
En 1867 esta cofradía crea un grupo de dieciocho soldados, alabarderos, vestidos a la romana, con un centurión y su cabo. Para regirlo se constituyó un REGLAMENTO, formado el 24 de febrero 1867. Los alabarderos montarían guardia en la Ermita desde el Jueves Santo, no pudiendo alejarse de ella más de diez pasos; de manera que para comer y descansar, se dispondría de una habitación de la propia ermita, sin que pudiesen marchar a casa y así, hasta concluir la procesión del Santo Entierro, en la que escoltarían la imagen del Cristo Yacente. Pagarían ocho reales para entrar a formar parte de aquella Milicia, con lo que ayudarían a la adquisición de su atuendo. Cuando hubieran servido cuatro años, como tales, podrían acceder a ser miembros de la Cofradía, sin necesidad de comprar la carta de hermano. Entre los que firmaron este compromiso, como primeros alabarderos del Santo Sepulcro, aparecen los nombres de Román del Amo, Laureano Velázquez y Juan Maestre.
Durante el obispado de Fray Pedro Nuñez Pernia se reglamentaron en la diócesis numerosas cofradías, aprobando sus Ordenanzas, de acuerdo con las nuevas disposiciones del Derecho Canónico.
Una de estas, fue la Cofradía de la Soledad, movida a ello por la carta orden fechada el 25 de abril de 1878. Según los nuevos estatutos, la directiva quedaría formada por el párroco de San Mateo; abad del cabildo eclesiástico; tres diputados, de los que el primero sería diputado – mayordomo; tres supernumerarios que ejerciesen en ausencia o enfermedad de los anteriores; un secretario; cuatro oficiales del estado general; portero y muñidor. El Secretario tenía la obligación de llevar la Cruz con el sudario en las procesiones del Domingo de Pasión y Viernes Santo y el estandarte en la de la Visitación y Resurrección.
Minuciosamente, se fijan las obligaciones de los cuatro oficiales. Debían ir en la mañana del sábado, anterior al Domingo de Pasión, a la Ermita de la Soledad, para fijar la imagen de Nuestra Señora sobre las andas, limpiar el templo y colocar frontales nuevos. En el domingo siguiente cuidarían de la imagen hasta la hora de la procesión. Durante las doce noche que permaneciese dicha imagen en el Calvario cada uno de ellos se quedaría allí durante tres. El miércoles prepararían el altar, donde se colocaría el Santo Sepulcro. Por horas, cuidarían la imagen del Cristo Yacente en la Soledad y el Viernes, tras la ceremonia del Descendimiento, uno de ellos quedaría en el Calvario recogiendo los efectos que allí hubiese. En la tarde del Sábado Santo llevarían hasta Santa María las imágenes de Nª. Sra. y del Resucitado y, de allí se trasladarían, a la Ermita, las del Cristo Yacente y de Nª. Sra. de la Soledad. Tras la procesión del Resucitado quedaría su imagen en la Ermita, expuesta a la veneración de los fieles, hasta la noche del Martes de Pascua, cuidando de ella dichos oficiales. Se seguía manteniendo en estas ordenanzas la procesión que, en la madrugada del Viernes Santo, llevaba la imagen del Cristo Yacente hasta el Calvario y se establecía el orden a seguir en la procesión del Santo Entierro, que se iniciaría al concluir la ceremonia del Descendimiento: Muñidor y Trompetero, abriendo paso. Dos banderas. Diecisiete cofrades de negro con sus estandartes. Los mayordomos con sus varas. Las cuatro cruces parroquiales. Todo el cabildo. Estado eclesiástico con capas piuviales. Cerrando el cortejo el presidente del Ayuntamiento con los porteros y alguaciles. El Santo Sepulcro lo portarían cuatro sacerdotes y otros tantos hermanos portarían a Nª. Sra. Otro sacerdote, en un azafate de plata, llevaría los clavos, martillo y corona. El Sábado Santo las imágenes se llevarían a la Soledad por el sitio más oculto. La Fiesta de Pascua se celebraría el Domingo de Resurrección a las siete de la mañana.
Durante todo el año se celebraría en la Ermita de la Soledad el Santo Rosario. A finales del siglo XIX la casi desaparición de esta Cofradía se manifiesta en un informe suscrito por el párroco de San Mateo, relativo a las establecidas en su circunscripción y en el que se asegura: Fue fundada en el siglo XVI, levantó la Ermita del Amparo (se refería al Humilladero). Sigue asegurando que los hermanos de la Cofradía de la Soledad son mas que nombre y que los primitivos estatutos se habían Perdido ya en el siglo XVIII, pues en diversas visitas pastorales se hacía constar así.
Conoce esta Cofradía en los primeros años del siglo presente un especial auge, con la incorporación a sus desfiles de hermanos de escolta, revestidos con capuchón y lujosas túnicas negras de cola. Innovación propulsada por el administrador de los Condes de Torrearias y Marqueses de Santa Marta (en cuya rama femenina venía recayendo el cargo de camarera de Nª. Sra. de la Soledad), don José Elías Prast, natural de Écija, que sintiendo añoranza de la brillantez de los desfiles procesionales de su tierra natal impulsó desde la Alcaldía de nuestra Ciudad (1906-1908) un resurgir de nuestra Semana Santa. Pero esta brillantez fue sólo aparente. Aquella lujosas túnicas las tuvieron que vestir, en algunos casos, los hijos de los concejales del Partido Conservador. Partido que aquí representaba el Marqués, administrado por el propulsor de aquella idea.
La procesión del Santo Entierro de 1937 contó con la nota exótica de una BANDA DE GAITEROS de la Legión Irlandesa, entonces, 1937, con Cuartel en Cáceres. Esta Cofradía en 1940, bajo la mayordomía de don José Rosado Mayoralgo, establece que la imagen de Nª. Sra. de la Soledad, en la procesión de tal nombre, con la que se restituía a su Ermita dicha imagen, fuera acompañada exclusivamente por mujeres. Mientras que a la del Santo Entierro, como entonces era costumbre en los sepelios de los mortales, sólo asistirían hombres. Conoció la Procesión del Santo Entierro en aquel año una asistencia inusitada de varios millares de hombres a los que la Cofradía entregó velas. La cabeza de la procesión, a través de Tiendas y Zapaterías, se encontraba en San Juan, cuando la presidencia no había salido de Santa María. Son años en los que el Partido gubernamental hace que sus distintas organizaciones participen en los desfiles procesionales, pero especialmente en los de la Cofradía de la Soledad y Santo Entierro y manus militaris, anuncia sanciones para los inasistentes.
El Jefe de la Falange cacereña, Hermano de Honor de la Hermandad, regala, en 1941, un manto de terciopelo negro, bordado en plata con el Escudo de Cáceres en sedas de colores y el yugo y las flechas. El manto se adaptó con dificultad a las antiguas andas. Por ello, en 1943 la Falange cacereña regaló a la Cofradía unas nuevas andas.
En los años sesenta, el estado lamentable en que se encontraba la Urna del Cristo Yacente obligaba a sustituirla. La Cofradía, sin recursos, no puede afrontar tal inversión, siendo (1964) la, entonces Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Cáceres, quien adquiere y regala a la Cofradía el paso del Cristo Yacente, que actualmente procesiona. Obra en talla, realizada en Madrid, siguiendo el modelo del Cristo Yacente del Pardo de Gregorio Fernández.
Recientemente esta Cofradía restauró con no pequeño, pero loable, esfuerzo la Ermita del Calvario, en la que todas las cuaresmas, celebra en la mañana del Domingo de Pasión Fiesta y Procesión por los alrededores.
La cofradía cuenta en la actualidad con unos 350 hermanos, entre carga y escolta, que tornan sus túnicas negras del Viernes Santo en las blancas con que acompañan a Jesús Resucitado y Nª. Sra. de la Alegría, en la mañana del Domingo de Resurrección.
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Pontificia y Real cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Nuestra Señora de la Misericordia
En visita pastoral el nuevo obispo diocesano don Pedro de Carvajal, celebra visita pastoral el día 1 de julio de 1608 en la parroquia de Santiago, donde canónicamente estaba establecida la Cofradía de la Misericordia que, en los años inmediatamente anteriores y bajo la mayordomía de Cristóbal Gutiérrez parece que llevaba una vida lánguida, limitándose a cumplir lo relativo al enterramiento de sus cofrades y encomendados y a la celebración de la Fiesta, con sermón, el día de la Purísima.
Al parecer el, a la sazón, mayordomo Juan Martín Ojalvo recibió orden del Obispo de adquirir, por trescientos reales, al escultor Tomás de la Huerta la imagen de un Cristo que se hizo para la cofradía, por mandato de Su Señoría, para la procesión de los nazarenos ciue se saca la semana santa”. Sin que la frase “para la procesión de los nazarenos que se saca la semana santa, presuponga la preexistencia de dicho desfile procesional, como lo prueba el que el domingo 8 de marzo de 1609 se reunieron varios clérigos y seglares para organizar la primera procesión con la imagen de Jesús Nazareno, tomando las disposiciones necesarias, atento tiene muchos hermanos, cada año se hacia procesión el viernes santo al romper el alba.
Comisionándose, para ir a Coria y obtener los permisos eclesiásticos necesarios, para hacer la nueva procesión, a Melchor Carrillo.
El 12 de abril, sin embargo, se acuerda que , por ahora respecto de algunos inconvenientes, que se ofrecen:- la procesión saliese el miércoles santo en la noche, a las nueve, tras un sermón.
En el desfile procesional se disponía llevar por insignia la imagen de Cristo Nuestro Señor, con su cruz a cuestas en significación de guando y va por la calle del Amargura, además de la imagen titular de la cofradía, visitando las cuatro parroquias para hacer estación ante el Santísimo Sacramento.
Los inconvenientes que exigieron el cambio de fecha y horas, podrían derivarse de la coincidencia con la que organizaba la Cofradía de la Soledad para llevar hasta el Calvario la imagen del Cristo Yacente o de la prohibición que el reciente Sinodo había formulado sobre la celebración de procesiones nocturnas.
Estaba previsto que en el primer desfile procesional de esta Cofradía, como penitencial: El estandarte lo llevaría un caballero; los cuatro diputados portarían las andas de Nª. Sra. de la Misericordia; cuatro hombres, ciudadanos, que se eligieren llevarían la del Nazareno y a mas IMÁGENES que se hicieren. Para llevar el pendón se nombró a don Gabriel de Saavedra y para regir la procesión se designó a don Juan de Carvajal y al alférez perpetuo de esta Villa, don Pedro Rol de Ovando. Su hábito morado se conserva para los hermanos de carga, sólo que el cíngulo de esparto con que se ceñia al cuerpo ha dejado de serio de tal materia para ser sustituido por lana amarilla.
El 30 de noviembre de 1618 se forman nuevas ordenanzas en las que la Cofradía ya se intitula: DE LA MISERICORDIA Y DE LOS NAZARENOS.
En 1771 las Ordenanzas de la Cofradía de Jesús Nazareno resultaban poco inteligibles. Por ello el 15 de Noviembre se reunían en la capilla de Jesús Nazareno y N’.S’. de la Misericordia, el mayordomo, el diputado mayordomo y los alcaldes. Entre las novedades introducidas era que la procesión de Semana Santa saldría a las cuatro de la tarde del Miércoles Santo, tras el oficio de tinieblas y sermón; además de la Fiesta de la Inmaculada, celebraría la Cofradía la de la Exaltación de la Cruz (14 de Septiembre). El día de la Purísima se realizaría otra procesión con la imagen de Nª. Sra. de la Misericordia, que también se procesionaría el día de la Octava del Corpus. Estas Ordenanzas se tardó años en aprobarlas, pues no lo fueron hasta el 26 de agosto de 1775. Año en el que la Cofradía encarga una Cruz de carey , con remates y cantoneras de plata, al artífice sevillano Pedro Barrés, para la imagen de Jesús Nazareno.
En 1806 se conceden a esta cofradía nuevas indulgencias a lacar el día de la Exaltación de la Cruz.
Se le discute en 1833, por la restaurada Cofradía del Espíritu Santo, los derechos a un vínculo, creado por don Andrés Andrada, y cuyo usufructo detentaba. En 1836 falleció doña Josefa Mostazo y con ello el vínculo creado por Andrés fue disputado a la de Jesús Nazareno por la del Espíritu Santo, pues fallecida la Señora Mostazo era a esta ultima a la que lee pertenecía. La de Jesús Nazareno, oponiéndose a dicha pretensión alegaba que la del Espíritu Santo y Nª. Sra. del Buen Suceso, prácticamente no existía y que su apresurada creación se debía al exclusivo deseo de conseguir aquellos bienes.
Pasaba la Cofradía por momentos graves en lo económico, tanto que su renta de 235 reales de réditos que no le alcanza para cera y aceite y las fiestas que celebra y gastos indispensables del miércoles santo.
Es lógico que, de este modo, la vida interna de la cofradía perdiese vitalidad y contenido hasta el punto que entre 1901 y 1915 apenas existe, reducida a su director espiritual y mayordomo. Sin embargo son años en los que la Cofradía aumenta su patrimonio artístico, así en 1904 se adquiere la imagen de María Magdalena, en 1914 se incorpora a su desfile procesional el paso de ‘Las Angustias’, adquirido en una exposición de arte religioso por el Rvdo. Sr. D. Santiago Gaspar, a la sazón ecónomo de Santiago. Y en 1916 doña Trinidad Cotrina regala “La Santa Mujer Verónica”.
Durante la mayordomía de don León Leal Ramos comienza a renacer la Cofradía a la que se dota de nuevos estatutos.
En la Semana Santa de 1927, siendo mayordomo don Julián Murillo, se establece una nueva procesión, LA DEL SILENCIO, adquiriéndose la imagen de Nª. Sra. De la Misericordia, cotitular de la Cofradía. Con esta procesión se renovaba el espíritu penitencial de la Hermandad y con la nueva imagen se intensificaba el culto a su primitiva advocación. Adquiriéndose el paso del Calvario durante la misma mayordomía y volviendo los encapuchados a nutrir las hileras que dan escolta a las sagradas imágenes.
Las convulsiones político – sociales que vive España en los años treinta obliga a la suspensión de las procesiones de Semana Santa en 1932, la cofradía que nos ocupa el 7 de marzo de dicho año tomó la decisión de no procesionar a sus pasos tradicionales en la madrugada del Viernes Santo. Decisión que fue seguida por las dos restantes, quedando Cáceres, como en 1809, ante el inminente ataque de la Francesada sin sus procesiones de Semana Santa.
Em 1934, el Ayuntamiento Cacereño negó la asistencia de la Banda Municipal de Música a las procesiones, alegando inconstitucionalidad, siendo la del Regimiento la encargada del acompañamiento musical de los desfiles pasionistas.
Fue necesario modificar el tradicional itinerario de la procesión de la Madrugada del Viernes Santo, suprimiendo del mismo la Cuesta de la Compañía, a causa de la modificación introducida en el perfil de la misma con la construcción de una escalinata en su porción última. Estableciéndose así el itinerario que hoy se sigue, pero perdiendo el que tradicionalmente se había recorrido.
Fueron los desfiles procesionales de aquel año pródigos en el canto de saetas, a causa de la existencia de un gran contingente de soldados andaluces en la guarnición de Cáceres. Ese mismo contingente, que había adornado el paso de Nª. Sra. de la Misericordia, pidió y obtuvo el honor de ser ellos los encargados de entrar el paso en el templo de Santiago, cerrando así los desfiles procesionales de aquel año. Novedad importante se produce en 1940, siendo obispo diocesano Fray Francisco Barbado Viejo, con el establecimiento del Besapiés de la imagen de Jesús Nazareno en el primer viernes de Cuaresma.
En la Semana Santa de 1941, se establece la salida de la Procesión a la una de la madrugada y se busca un itinerario que se juzgó más cómodo, soslayando los Adarves y la Cuesta del Maestre, pero cuando sobre los dieciocho hombres, que portaban el paso del Calvario, se dejaron sentir las penalidades pasadas y las privaciones presentes, a duras penas alcanzaron el alto de la calle de Gral. Margallo.
Conoce la Cofradía una inusitada importancia en los años cincuenta, bajo la mayordomía de don Santos Floriano Cumbreño y el entusiasta trabajo de una nueva directiva en la que cabe destacar la ilusión y el trabajo, puesto a contribución de ello de Manuel Álvarez Almenara. Nunca en la Cofradía habían procesionado un número tan cuantioso de hermanos de escolta, como los que por aquellos años lo hicieron, con la novedad de muchas hermanas penitentes.
Ya en 1947 se habían adquirido nuevas andas para la imagen de Jesús Nazareno y, al comienzo de los cincuenta, había dejado de ser habitual el concurso de hermanos sin hábito para portar determinadas imágenes, tal como había sido frecuente hasta 1949.
En 1953 se estrena la actual Cruz de Guía, siguiéndose con una renovación de las andas, ampliando las de todos sus pasos procesionales, tarea a la que quedó vinculado el nombre de un tallista y carpintero local, Venancio Rubio.
Del mismo modo que, la concurrencia de un número ingente de hermanos de carga hace necesario ampliar el número de pasos pues, a pesar de las ampliaciones de las andas, aquellos desbordaban las necesidades de la Cofradía. Es por lo que se adquiere el paso de “La Caída”, incorporándolo al desfile procesional de la Madrugada del Viernes Santo, que así contaba con siete pasos. Hoy lo hace con ocho, por incorporación de la “Exaltación de la Cruz”, que se adquirió, también en aquellos años de los cincuenta, para desfilar en la procesión del Silencio que tradicionalmente iniciaba su desfiles procesional a las doce de la noche del Viernes Santo, pero que con las Reformas Litúrgicas llevadas a cabo al final del pontificado de Pío XII, al declararse el Sábado Santo día de luto, fue trasladado a la tarde de dicho día sumándose entonces a su desfile procesional al citado paso de la Exaltación de la Cruz.
Si en los primeros años de aquella reforma la Vigilia Pascual se celebró puntualmente a las doce de la noche. Con el tiempo esta Liturgia se fue adelantando en muchos templos con lo que era un contrasentido un desfiles penitencial en la calle, mientras en el templo se entonaba el Aleluya pascual y las campanas tocaban a gloria.
La procesión se trasladó entonces a la tarde del Lunes Santo y después a la del Domingo de Ramos, procesionando en ella la imagen del Señor Caído, tal se hace. Mientras, el paso de la Exaltación de la Cruz pasó a ser procesionado en la de la Madrugada del Viernes Santo, como se ha adelantado.
Cuenta actualmente esta Cofradía con casi tres mil hermanos.
Durante tres siglos no conoció Cáceres otras cofradías penitenciales, pero sí conservó estas tres cofradías que, salvo en casos extremos, no dejaron de hacer acto de presencia en las calles de la Ciudad, con sus desfiles procesionales, ni de celebrar cultos en honor de sus advocaciones titulares.
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